Es muy importante, en mi opinión, acertar con la construcción del inicio de una película. Si se ve trabajado y sólido, luego todo puede rodar satisfactoriamente, ya lograda la atención del espectador. Conviene, claro está, que sea una captación de atención honesta, no tramposa.
Esto pasa -al menos me pasó a mí- con el principio de “Descansa en paz” (Thea Hvistendahl, 2024; ayer de estreno en los Cinemes Girona).
Sus primeras escenas, el seguimiento en su casa de un hombre que se ve apesadumbrado y condenado a la soledad, y a continuación una panorámica desde el terrado de su barrio cuando sale en busca de comprar algo, están muy bien, pero es que antes, con los títulos de crédito -letras blancas sobre negro- está aún mejor: un extraño zumbido de fondo puede llegar a hacerte pensar que el sistema de proyección del cine deja que desear o que tus oídos empiezan a flojear, pero pronto te das cuenta de que ese rumor gutural, surgido de las profundidades, ha de estar por fuerza asociado con lo que vas a ver. Y ese zumbido, esa vibración, vuelve a surgir en la panorámica descrita.
Es así que “Descansa en paz” va convenciendo sobre todo vía su muy estudiada banda sonora. Poco después, otro ejemplo, una puerta se cierra con el sonido previo acompasado, muy fuerte, de una especie de tic tac de reloj. Mediante mecanismos de éste estilo, que nunca llegan a los juegos de feria de los films de género, la atención del espectador, imantado por la tensión generada e intentando entender todo lo que se sugiere, es máxima.
Pero no se trata únicamente de mecanismos de la banda sonora: hay una serie de pequeños detalles (fugaz aparición de una foto de familia feliz aun enganchada en la nevera de la ahora gélida casa, ojos llorosos de ella, la seriedad de la dama de la segunda historia relatada, la calavera que aparece fugazmente en el móvil de la chica de una tercera historia, chica que además es adicta a un juego de matar zoombies, luego unas manzanas abandonadas en estado de putrefacción…) que van dando pistas tanto de lo que ha ocurrido previamente a los protagonistas de esas historias como de lo que va a ocurrir después.
Aproximadamente por la mitad de la película, o quizás ya superada incluso ésta, tras dar a entender la realizadora muy elegantemente un accidente y muerte consecuente, y mostrando en general una elegancia elíptica encomiable, tiene llegar un hecho natural/fantástico sorprendente.
Pero seguramente, como ayer señalaba Miguel Martín, lo que sigue no sea más la forma de indicar la comprensible pero irracional tendencia a creer la muerte reparable.
Eso y, con ese hermoso y en cierta forma reparador final, la necesaria, sensata vuelta a la racionalidad.
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