Es curioso comprobar que si buscas en Google imágenes de la película “Ex Libris: The New York Public Library” (Frederick Wiseman, 2017), que ayer se pasó por la Filmoteca, te aparece como resultado una buena cantidad de bellas fotografías de las salas de lectura de la biblioteca de la 5a avenida con la 42th.
¿Por qué curioso? Pues porque no aparece ninguna de ellas en el film, o en todo caso sólo un ridiculo porcentaje y nunca las más espectaculares. Y se trata entonces de escenas casi minoritarias en el film respecto a las correspondientes a conversaciones sobre estrategia de gestión, entrevistas con escritores y activistas, discusiones sobre cómo conseguir más recursos públicos o privados o bien sobre cómo incidir para cubrir parte de las necesidades de la sociedad desprotegida neoyorquina. No se encuentran en Google imágenes de todo estos últimos tipos de secuencias, pese a que ocupan la mayor parte de los 197 minutos del documental.
Me he sentido algo culpable y temía por la reacción de un amigo, confeso admirador de las buenas películas de ficción, pero a quien los documentales le parecen siempre de un nivel de exigencia y por tanto valor muy inferior, a quien convencí para ir a verla. Amante de los libros, como nos pasaba a tantos otros espectadores iba un poco sorprendido de que se le pudiera sacar más de tres horas de jugo a la presentación de esa institución por otra parte tan interesante del centro de Manhattan, pero algo convencido de gozar durante la proyección del silencio y recogimiento de sus grandes salas de lectura, de ver entronizar al libro.
Resulta que no es en absoluto así. Primero porque no se habla exclusivamente del edificio de la NYPL que todos conocemos, sino de toda la red de bibliotecas repartida por la ciudad de esa institución publico/privada. Segundo porque, como he caído a media proyección, el título del documental debe comportar un significado ambivalente. Está, por un lado el ex-Libris, el sello que marca en las primeras páginas del libro su pertenencia, claro. Pero ese ex nos está diciendo también, aunque pase desapercibido en un primer momento, la tesis y en lo que hace hincapié todo el rato el documental: Las bibliotecas se habían preocupado anteriormente de poner a disposición, para su consulta y lectura, libros. Pero ahora se trata de otra cosa: de la educación de y servicio integral a su comunidad. Es decir: ex-libris; anteriormente-libros.
Empieza todo, sin embargo, muy bien, y te dices que vas a ver otra maravilla de esas de Wiseman, convenciéndote por acumulación, pero también por la inteligencia y sensibilidad con la que va haciendo la selección de sus horas y horas de grabación sobre las actividades de la institución a la que le dedica cada una de sus películas. Hay un plano exterior de la sede principal de la NYPL. Vemos que estamos inequívocamente en Nueva York (taxis; más adelante, en otros planos de exteriores entre escenas, dos o tres veces sus atronadores coches de bomberos). Al franquear la puerta de la biblioteca, nos encontramos en el hall con una serie de gente de pie que ha acudido a la convocatoria (anunciada claramente como gratuita) de un conferenciante responsable de la Fundación Ciencia y Razón. Está advirtiendo a su público sobre los absurdos disparates que sostienen ciertos miembros de religiones. Y a continuación, en una serie de planos cortos, uno se llega a hacer una idea sobre el tipo de consultas recibidas por el personal de quienes quieren analizar un determinado tema o, demostrando el humor de Wiseman, vemos la enormemente ecléctica lista de títulos que solicita un usuario de la biblioteca.
Pero luego casi todo el resto del metraje está decidido a perseguir y machacar una única idea: Los libros se han convertido en pantallas, lo que era antes un analfabeto puede equipararse ahora por su exclusión con la persona sin acceso a Internet, y el buscar la inclusión en el nuevo paraíso del conocimiento de su vecindario es una de las tareas fundamentales de las bibliotecas. Ahora ya no se trata de ofrecer libros, sino de ayudar a la educación integral del vecindario, a cubrir lo mejor posible todas sus curiosidades.
Hay dos motivos que han hecho que sitúe esta película de Wiseman por debajo de otras muchas de las que ha realizado. Ambas inciden en contradecir el teórico método de trabajo que desarrolla en estos casos.
El primero sería que se suele decir -él mismo se encarga de ello- que monta un dispositivo por el que, de forma “neutral”, va grabando durante meses todas las actividades que se efectúan en la institución analizada. Luego está un buen tiempo seleccionando y editando las grabaciones, pero debe ser en último lugar el espectador el que, a la vista de lo que de forma detallada le ha ido presentando Wiseman, deduzca una serie de cosas que le ofrecen un bastante completo retrato de ella. Pero aquí la selección de secuencias se hace evidentemente sesgada: no sólo apenas queda nada centrado en los libros, aunque seguro permanecen como corazón de la NYPL, sino que tampoco muestra prácticamente nada de sus almacenes, sus sótanos, las personas encargadas de servicios auxiliares que tanto aparecían en sus otros documentales. Pero es que además no es al espectador al que se le deja deducir las cosas. Es el mismo Wiseman el que, con su selección, está repitiendo una y otra vez la lección sobre las loables tareas por las que se desvelan los gerentes y el personal de la NYPL. Y ahí se puede señalar a todo un reiterativo discurso sobre la inclusión, la enorme preocupación social de la gerencia y todos sus trabajadores,... Vamos, que me da la impresión de que le ha quedado un trabajo muy escorado hacia las estrategias comunicativas de los gestores del ayuntamiento del Centro.
El segundo motivo pondría en evidencia la misma integración del
dispositivo técnico que despliega Wiseman en sus rodajes para captar las actividades que van sucediéndose. En una ocasión, alguien presenta en un auditorio, con grandes alabanzas, a una pianista que va a ofrecer un pequeño concierto. Pues bien: el plano siguiente nos muestra un trozo del concierto. Lo hace, no obstante, con una posición de cámara que, lejos de adaptar la ubicación más discreta (la que teóricamente, como suele decir Wiseman, la hace pasar lo más desapercibida posible, sin incidir en absoluto en la actividad que se registra), deduces que estaría tapando por completo al público. Es decir: nada de rodar lo que va pasando. Ese pequeño concierto que vemos se ha efectuado única y exclusivamente para su grabación por Wiseman.
Pasé por momentos, sobre todo por la mitad del largo film, en que me cansaba ya un poco tanta cháchara socialmente concienciada. Ese discurso tan buenista, siempre tan políticamente correcto que lo inunda todo. Anhelaba entonces alguna escena que tuviera realmente al libro como protagonista, del estilo que iba buscando. Pero nunca llegó. Me tuve que contentar con los cortos planos de exterior “ambientales”, un auténtico descanso momentáneo frente a las voces previas, siempre en esa dirección.
Mi amigo ha salido echando chispas del documental. A ver cómo hago ahora para que deguste “La danza” o “The National Gallery” y vea que, aparentemente siguiendo el mismo método, Wiseman es en cambio capaz de ofrecer, manteniendo su postura ideológica, pero sin machacar ideológicamente al espectador o sin publicitarlo en exceso a viva voz, la idea de la belleza que puede llegar a desprender el trabajo de una institución.
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