Fue ayer la de la Filmoteca una conversación corta (no llegó ni a una hora), con el pase de dos únicas secuencias de sus películas: una de la que hizo sobre Vergès, aquel abogado que defendía a gente indefendible, y otra de “La Virgen de los sicarios”, en la que se veía que en un barrio de chabolas un chico con el brazo muy ligero dejaba muerto de un disparo en la nuca a un taxista. Por la noche, Octavio Martí, divertido, le expresaba sus dudas a Barbet Schroeder sobre la solución que había decidido aportar para nuestro conflicto de los taxis...
Pero aún así, con tan poco tiempo, dio pie a que todos los asistentes saliéramos con una idea bastante aproximada sobre la versatilidad de Barbet Schroeder, autor de documentales y ficciones por los cincos continentes, capaz de rodar tanto una película con una pequeña cámara y equipo mínimo como una producción media norteamericana o -y de eso sí señaló él mismo su singularidad- una producción casi totalmente japonesa.
La conversación se inició precisamente hablando de éste su cosmopolitismo, hijo de cualquier parte del mundo que le pudiera ofrecer una historia de cierto riesgo y, por tanto, no excesivamente vista. Habló de su madre alemana (una alemana que, exiliada el 1936 de su país, desde entonces prometió no hablar nunca más el alemán), de sus sucesivos domicilios en Francia, Estados Unidos y otra vez Estados Unidos. Un continuo cambio de residencia y mezcla de idiomas que han dejado en él un peculiar acento en el empleo del castellano y un divertido “So...” que aparecía continuamente en su relato.
Los temas del diálogo con Esteve Riambau se concretaron, básicamente en:
- Su indiscriminada realización tanto de documentales como films de ficción, de los que dijo siempre abordar con el espíritu de los primeros, documentándose, estudiando previamente un montón todo lo relacionado con su tema. Contó en este sentido una anécdota sobre Hitchcock que dice le emocionó profundamente y dice le reafirmó en su camino: para la preparación de “Psicosis” envió a un asistente a hacer con su coche la ruta que conduce de Phoenix, la ciudad en la que el personaje que interpreta Janet Leigh figura que se hace con el dinero de su empresa, y la supuesta localización del motel. Quería saber las impresiones, recibir imágenes de todos los ambientes con los que se encontraba en la ruta, para conocerla internamente.
- La influencia que tuvieron en todos los de la Nouvelle Vague y en él mismo las películas de Jean Rouch. La anécdota: Señaló que “A bout de souffle” debería haberse llamado “Moi, un blanc”.
- Su encuentro doble (documental y ficción) con Bukovski, de quien dijo que le impresionó mucho con sus monólogos cuando preparaba “Barfly” y los fue filmando, siendo esa la esencia de “The Charles Bukovski tapes” (1987): Demostró -explicó- que se podía hacer un documental sobre una persona huyendo del típico “biopic”, para elaborarlo a base de esos extractos de monólogos como si fueran aforismos.
- Su planificación hasta el más mínimo detalle (cada movimiento de una escena, cada color seleccionado) de una película como “La virgen de los sicarios”, que la mayoría de espectadores ven como si se tratase de un documental todo él captado espontáneamente. En este caso explicó que, por si alguien lo abordaba durante el rodaje, tenía un guión paralelo escrito en el que cada escena rodada podía verse como si los personajes fueran en realidad turistas.
- El tratamiento dado a sus películas sobre temas y personajes difíciles, como Vergès en “El abogado del terror”, dando pie a la frase con la que la Filmoteca presenta todo su ciclo: “Mostrar, no juzgar”, si bien, mientras veía la secuencia en la que Vergès negaba el genocidio de los khmers rojos, como tenía el micrófono de mano encendido, se le puedo oír, mediante sus impresiones, cuál era su inequívoca opinión sobre el personaje. Pero me sentí muy identificado con él cuando explicaba sus escrúpulos a hacer de cualquier tipo de jurado...
- Su afición a hacer cameos en películas de amigos, porque así puede ver lo difícil que le es a un actor, por ejemplo, hablar a una pared como si se tratase de otra persona u otras peticiones del estilo que suelen hacerles los directores.
- Su aprendizaje en los métodos de las series televisivas y cómo sorprendió a todo el equipo de algún capítulo de “Mad men” dirigido por él al dar por buena la primera toma de una secuencia sin querer cubrirse con unas cuantas más: le habían explicado que Jon Hamm sólo estaba bien en esa primera toma.
- Su opinión sobre Néstor Almendros, que me reservo porque constituye lo mejor de un documental sobre él que se pudo ver también anoche, del que hablaré en otro momento.
A todas éstas, a mí me hubiera gustado que ahondara un poco en su relación con Rohmer y ese espíritu de equipo que luego desapareció, que indicaba una productora como Les films du Losange, pero ya se había hecho tarde y debíamos cambiarnos de sala para la presentación de “Maitresse”, uno de los films que ha hecho con Bulle Ogier, su mujer. Pero, como siempre me pasa, esto es ya kilométrico, más largo que un día sin pan, por lo que ya hablaré de “Maitresse”, Bulle Ogier y demás en otra próxima entrada...
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