Primero hablemos de la presentación de la película que hizo Barbet Schroeder ayer en la Filmoteca, porque fue una de las incitadoras de que saliera con mal cuerpo de la proyección. Se pasaba su última película por el momento, “El venerable W.” (2017).
El film, que ya dio qué hablar en su paso por el Festival de Cannes, intentaba analizar las maneras del monje budista Wirathu, un diabólico personaje (en la línea de sus anteriormente tratados Idi Amín Dadá o el abogado Vegès) que, diciendo querer salvar su Birmania, incitaba al odio contra los musulmanes del país.
¿Qué dijo Schroeder en su presentación en la sala grande de la Filmoteca? Primero se centró en cosillas técnicas, como que la rodó con una camarita de esas pequeñas, pero con una sensibilidad tan grande que podía grabar de noche la luna.
Luego, ya, explicó cómo logró camelar a su protagonista para que se dejara entrevistar. Como había hecho con el dictador ugandés, le conquistó por su punto más débil, el de su enorme autoestima: le convenció en seguida de que el conocer las leyes que había conseguido se legislasen en Birmania podían ayudar a un futuro gobierno francés (de Marine Le Pen) a cómo afrontar la inmigración.
Cuando tenia buena parte de la grabación acabada, le avisaron de que debía tener cuidado, pues habían visto que no se contentaba con recabar la versión del carismático monje, sino que también había grabado a musulmanes. Viendo en peligro sus vidas, se marchó del país, para dejar pasar un tiempo hasta que la situación se calmase y regresar para terminarla, pero ya no le dejaron. Optó entonces por instalarse en la vecina Tailandia y pagar el viaje de la gente a la que quería entrevistar. La situación, mientras tanto se había ido empeorando y la proliferación de teléfonos móviles le permitió incluir en el film grabaciones sobre la violencia desatada, que aumentó ya con el film finalizado.
Pero lo más interesante -y a la vez aterrador- de la presentación de ayer de Barbet Schroeder estuvo en la explicación de sus motivos para hacer el film y su constatación final, una vez hecho: Se encontraba en una fase fastidiada de su vida y quiso ir a recuperar su encuentro con el budismo, cuyo espíritu había tenido una importancia grande años antes en su vida. En vez de el propugnado amor universal se encontró con un ejemplo de los males del mundo contemporáneo, porque vio que no estaba hablando del lejano combate de los budistas contra los musulmanes y más concretamente contra los Rohingias. Estaba hablando también de los terribles procesos que están teniendo lugar en nuestro Occidente. Del nacionalismo, del populismo, de cómo se incita al odio contra otro grupo de habitantes del mismo país. La película es un ejemplo del aterrador uso de los nuevos medios. En Birmania, la propagación de las proclamas de Wirathu, como el fuego que prendió enseguida en las poblaciones robingyas, se hizo, además de con pasquines que identificaban los comercios de los otros, por ejemplo, mediante el Facebook. El odio, las falsas verdades, las exageraciones, se escamparon primero por unos DVD artesanalmente montados y distribuidos, que luego difundían sus contenidos por FB. Como en Occidente.
Finalizado el film hasta un millón de personas habían tenido que huir de su país, porque sus vidas estaban en serio peligro. Lo más aterrador: Dijo Schroeder que si se hiciera ahora mismo una encuesta entre la población el 90% de la misma estaría de acuerdo con ese tipo de actividades contra los musulmanes.
La película empieza con sus títulos de crédito sobre las imágenes y con la jovial música de lo que recuerda a una publicidad turística. Se ve a una alegre familia atravesando en moto un puente en un día luminoso. Cuando llegan al otro extremo, viéndose unos típicos templos budistas, la música afloja y cambia drásticamente, pasando de la alegría a la pesadumbre.
Entramos entonces directamente en harina. Wirathu empieza a explicarnos sus teorías, que van durante toda la primera parte del film a darnos la impresión de una mecha que va a prender fuego, como así fue, a todo. Los musulmanes, dice, son como unos depredadores peces que, lanzados a las aguas de un bello lago, acaban destruyendo toda la vida que tenía.
No la veo, como cine, como una película redonda. Toda la progresión inicial, con las declaraciones de Wirathu sentado frente a una biblioteca, sonriendo ante su propio éxito, que sí, es demoledora. Me dejó quizás una desazón superior a toda la parte final, en la que la violencia, los asesinatos, las imágenes de gente golpeada y quemada captados por el Iphone se hacen masivas, hasta momentos difícilmente soportables. Si algo tiene la película es traspasarte el convencimiento de lo cerca que está una situación de odio propagado como ésta, la rotura de puentes, la criminalizarían del que se considera que no es como uno, del absoluto desastre. Basta una muerte y la espiral irreversible hacia la tragedia está servida.
En el coloquio final alguien preguntó a Schroeder qué había pasado con su propósito de regreso a un cierto espíritu benefactor que en algún momento de su vida tuvo el budismo. Lo explicó muy bien: fue, dijo, otra de sus ilusiones perdidas, pues ya ha perdido y odas las ilusiones que tenía. Y explicó otra que conservaba desde su infancia, la del anarquismo español. No hace mucho estuvo estudiando un poco a Durruti y llegó finalmente a una lamentable misma conclusión.
Esteve Riambau dijo en la presentación que lo que íbamos a ver era, para él, un film de terror. Creo que estaría del todo de acuerdo con él.
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