lunes, 5 de junio de 2017

Stefan Zweig: Adiós a Europa

Recorriendo Brasil desde otro mundo.
Estrenada hace poco con opiniones contrapuestas, me dejé llevar por las que la calificaron como ejercicio anodino, hasta que un amigo que sabe mucho de esto y en el que confío me preguntó si había ido a verla, porque le había sorprendido muy agradablemente. Fui ayer al Melies, donde veo que la siguen haciendo (junto al Verdi y sólo esta mañana el Icaria), aunque es más que probable que desaparezca de la cartelera cambiada por otras películas y ya no se pueda ver a partir del próximo viernes.
En Nueva York, con su antigua mujer.
A mi amigo le convenció cómo Maria Schrader había resuelto la papeleta de una película sobre un gran escritor (porque eso es "Stephan Zweig: Adiós a Europa"), y cómo había utilizado inteligentes recursos cinematográficos, con gran economía de medios, para ello. Yo salí del cine anoche muy satisfecho (como salió también Teresa, que vino conmigo) por esa razón y también por coincidir profundamente con la postura política que transmiten de Zweig, llegadas las horas amargas de su exilio.
La jocosa recepción en medio del trópico.
En una de las primeras escenas de la película (que va avanzando por cortes bruscos, siguiendo hasta su final el deambular de Zweig y su mujer por América, cambiando de escenario y momento sólo anunciados por un rótulo que parece imitar los tarjetones que describían el contenido de un elegante banquete) se aprecia diáfanamente esa lección política, general y visceralmente incomprendida, de la que hablo: Ha ido Zweig a la reunión que el PEN Club tuvo en Buenos Aires a principios de 1936. Ante la desesperación, sobre todo, de un periodista brasileño, no satisface ninguno de los intentos de sus interlocutores de que se posicione políticamente contra el gobierno alemán... desde la comodidad y seguridad que ofrece encontrarse al otro lado del océano. Entra en la sala del Congreso y un gran malestar -que nos es trasmitido a los espectadores- se va apoderando de su cuerpo, viendo como las diferentes intervenciones se van a centrar en slogans, proclamas incendiarias que pueden verter sin ningún riesgo a miles de kilómetros, ante un público enfervorecido, previamente convencido. Ni qué decir tiene que en escenas posteriores iremos viendo su total dedicación para intentar sacar a mucha gente de ese calvario que representaba una Europa en guerra y perseguida, y cómo le va corroyendo por dentro el saberse en un lugar por momentos paradisíaco mientras están sucediendo en Europa todos esos horrores.
Petrópolis
No debe interpretase por lo que digo que la película sea de una seriedad de difícil digestión. Todo lo contrario. Por todos lados se aprecian -y agradecen- sus muestras de humor, llegando a su cénit con la jocosa escena que ejemplifica su pesado periplo por Latinoamérica -en este caso Brasil-, recibido hasta por una colorida banda municipal que arranca a tocar tras el esperable discurso del alcalde del lugar.
En cuanto a sus recursos cinematográficos, pues que no puedo estar más de acuerdo con mi amigo, pensando desde cómo trasmite la película ese continuo malestar interno a través de la evidencia del sudor que provoca el clima tropical de Brasil, hasta cómo, de forma casi inapreciable, la cámara se hace ligeramente inestable con ocasión de una molesta visita. Sin contar con cómo resuelve con un sencillo espejo una más que difícil escena, que no podía obviarse.
Un espejo

No hay comentarios:

Publicar un comentario