Hoy he hecho presencia (frase que utiliza mucho la autoridá) en el cine Balmes para ver “The Duke of Burgundy” (Peter Strickland, 2014). Confieso que, como en el golpe de estado de Turquía, se ha deslizado ahí algún error. No por la película, que sorprende especialmente por romper la racha última de estrenos, en cuanto a que se nota detrás de su realización una buena dosis de inteligencia, sino porque creía que era el día del espectador, y resulta que es el miércoles.
Vencido ese inconveniente, querría avisar que se trata de una película con afán entomológico. Tanto sobre unas polillas y mariposas que revolotean por ahí y son objeto de estudio bibliográfico y directo como sobre las relaciones y reacciones del comportamiento humano. Aquí se trata de una pareja de mujeres ya pasada su extrema juventud -una la de “Borgen”-, enamoradas entre sí, que siguen todo un repetido ritual a medio camino entre el sadomasoquismo (light, no asustarse) y la farsa teatral.
Sorprende desde el principio el uso de unos primerísimos planos, y de unas lentes que acercan los motivos, hasta distorsionar un poco la perspectiva. Una cámara presente, generalmente en el interior de una casa (también exteriores, una hermosa biblioteca y una sala de actos, no obstante), muchas veces de noche, y con una banda sonora que va alterando una música muy conductora con unos grandes silencios que dejan apreciar en toda su magnitud los crujidos del suelo de madera cuando caminan por él o hasta los ronquidos de una de las mujeres de la pareja.
Hay planos de puesta de un zapato que llevan inexorablemente a Buñuel (y, en este sentido, no creo que la Dra. Viridana -sic- lleve ese nombre por casualidad). Hay repeticiones y venga repeticiones en esas simulaciones teatrales, juegos, que hacen la pareja, y de tanto en tanto un corte brusco de secuencia, para volver al poco tiempo a la repetición, para hacerse con ese catálogo de juegos que, como el de polillas, está en cuestión. De tanto en tanto desprende la película un cierto aire de novela erótica finisecular (por el s.XIX, que no el XX), del castillo de “L’Age d’or”, o incluso –por lo de la obsesión por los movimientos, la carne y el catálogo- a ciertas cosas antiguas de Peter Greenaway.
Yo diría que el estudio entomológico acaba dando como resultado una cierta constatación del inevitable deterioro a que lleva el uso y el tiempo.
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