Preparando una sesión como la de "Un ladrón en la alcoba" ("Trouble in paradise", Ernst Lubitsch, 1932) o las de las "Ombres Mestres" que arrancaremos la semana que viene, uno confirma eso de que los escritos cinematográficos son en su mayor parte refritos. Una cosa curiosa que he descubierto preparando la sesión de OM sobre la "post-Nouvelle Vague", por ejemplo, es que buena parte de los análisis sobre las películas de los cineastas que se podrían englobar bajo esa etiqueta provienen de sus declaraciones en las largas entrevistas con ellos que el "Cahiers du cinema" publicaba cuando se producía cada uno de sus estrenos. Cosas veredes...
Para salir de ese pernicioso círculo repetitivo señalado ofrezco aquí generosamente a las generaciones futuras lo que creo una primicia. Es un descubrimiento personal (al menos esto no lo he visto escrito por ningún lado) sobre unas escenas (creo que tres) de la película de Lubitsch. Unas escenas que podrían haber ido muy bien para la ya pasada sesión sobre "escaleras", pero que además, al buscar ahora alguna imagen suya por la red, veo que también podían haber sido muy adecuadas para la de "espejos".
En cuanto a la de escaleras: Es sabido que Lubitsch (y luego Wilder) suele aleccionar a los espectadores sobre lo engañoso de las apariencias. En la película, el romántico gondolero veneciano es en realidad un basurero, los miembros de la aristocracia son unos ladrones de gran profesionalidad, y los aparentemente honrados miembros de empresa unos auténticos y algo chapuceros ladrones. Sentado esto, hice reparar tras la proyección al auditorio de la sesión en las repetidas escenas de subidas y bajadas de escalera de los personajes, que permiten hacer admirar el bello decorado art decò de la casa de Madame Colet. Pero hay unas muy especiales. Gastón Monescu, el secretario de Mme. Colet, sube y baja esa escalera a una velocidad endiablada. Sabido es -y mucho más lo era en la época de la película- que Herbert Marshall, el actor que hacía el papel de Monescu en el film, lucía una elegante cojera. Es evidente que, a parte de los efectos especiales de aceleración que puedan existir en esas escenas, se dispuso para ellas de un doble. Pero, al margen de eso, esta repetida exhibición casi acrobática de lo que se sabe un actor cojo, me hace interpretarla como uno más de esos elementos de Lubitsch para que sus espectadores acaben viendo que realmente la realidad es justo lo contrario de lo que las apariencias muestran.
Y la prueba del nueve me la ha dado ahora esta imagen de Monescu subiendo una escalera... visto a través de un espejo. Hay muchos espejos en la película, y en general dan paso a imágenes -como no podía ser de otra forma- engañosas...
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