La última imagen de “Enterrar y callar” (Ana López Luna, 2014), que ha presentado su directora junto a Mercè Coll hoy en La Casa de la Paraula, es la de un contorno de España que va rellenándose de nombres, hasta cubrir toda su superficie. Habiendo leído por periódicos o visto por noticias televisivas alguna cosa sobre los casos de niños robados, podría llegar a pensarse que se trató de algo de épocas del primer franquismo, y no es verdad (la película recoge casos de hasta 1994); protagonizados por madres solteras, prostitutas y/o analfabetas (y en la sesión se ha constatado que muchas veces no era en absoluto así, apareciendo víctimas como padres o mujeres que se expresan más que correctamente) y concentrado en regiones muy atrasadas (lo que desmiente categóricamente el mapa).
El film es muy sencillo. Una cámara colocada delante de las víctimas de toda la geografía, que van desgranando qué les ocurrió, cómo llegaron a darse cuenta de que sus hijos no habían nacido muertos, sino que los había vendido una oscura trama muy extendida. Entre entrevista y entrevista, fotos de época, con canciones infantiles.
Frases sueltas de entre las entrevistas: “Si llegamos a saber que eran Vds de BanCaja, nada de esto les habría pasado” (El director del hospital de BanCaja en Valencia a unos padres a los que les habían comunicado que su hijo había muerto, pero a los que no les enseñaron su cuerpo en ningún momento). “Llegué a ver en el expediente que constaba la reserva de dos habitaciones. La habitación vecina debía ser para la mujer que iba a recibir el niño”. “Y las Monjas de la Caridad se dedicaban al blanqueo de niños” (una enfermera que, gracias a ser ese su trabajo, y conocer los protocolos, ve que han estado engañando continuamente a su madre). “Las monjas, con el hábito, lo tapaban todo” (otra víctima, ya consciente de la trama). “El cura que le daba la hostia a la mujer de Franco sigue dándosela a los demócratas” (un vasco).
La administración española no es como la alemana, y cierto desbarajuste, contradicciones y traspapeleos están por aquí a la orden del día, pero hablando de los años 70 y 80, las desapariciones de todos los archivos específicos que podrían esclarecer muchos de los casos es más que sospechosamente constante. Como resultado de ello, así como por la prescripción por el tiempo transcurrido, casi todos los casos que han acudido a juicios han sido hasta ahora archivados. Una bochornosa vergüenza, que debiera divulgarse, airearse y hacer que la indignación global llevara a reabrir los casos y juzgarlos decentemente. Pero, según comentan, siempre se llega a un punto en que se tocan partes muy sensibles de la sociedad española (catalana incluida, como ha quedado esclarecido), y de ciertas alturas no se puede pasar. Como comentaba Mercè Coll, ahora hay otros temas que interesan y preocupan más, ocupando a todos los políticos que podrían hacer esclarecer el tema.
Durante una de las primeras entrevistas he oído que la mujer que estaba detrás de mí profería unas extrañas, casi inaudibles, risas, que en seguida he apreciado que se trataban en realidad de gimoteos intentados acallar. Cuando ha acabado la proyección, la realizadora ha llamado a una de las madres, a la que le robaron sus gemelos. Era ella.
Estos actos suelen empezar con unas palabras que vienen a decir que es mejor ver la película y después ya se comentará con quien quiera hacerlo. Suele quedarse un 20% del público. Hoy –y era tarde- no se ha ido nadie. Todos estaban clavados en sus asientos, esperando que alguien les dijera que todo eso increíble que habían oído no podía ser verdad. Nunca había visto nada igual.
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