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En la mesa de la Sala Laya, Octavi Martí, Manel Balaguer (Cineclub Vilafranca) y Olga Iglesias (Federació Catalana de Cineclubs).
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Ha estado bien Octavi Martí, el subdirector de la Filmoteca, cuando ha definido a la Filmoteca como el gran cine-club institucional, porque, de alguna forma, ese es uno de los papeles que ejerce. Quizás ha errado, en cambio, cuando ha comentado que los cine-clubs son los que están formando a su público del mañana, porque excepción hecha de sus sesiones infantiles, desgraciadamente tienen la misma carencia que las salas comerciales de cine de autor y versión original: la casi total ausencia de público joven. Sus espectadores tienen una media de edad que indica a las claras que no se trata del público del mañana, sino del que ha sido atrapado por el cine en el pasado, y no quiere abandonarlo.
Era la presentación del primer film de la semana del cineclubismo, que presentará en la Filmoteca films a diario, hasta el próximo martes. Les ha correspondido el honor de la inauguración a los del Cine-club Vilafranca, que han presentado "I vardia you pelicanou" (Lea Binzer, 2011), el film ganador el año pasado del Most, festival que, dedicado al mundo del vino y el cava, también organizan.
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Dos de los personajes del documental. El de la izquierda, a petición, se ha cambiado de gorra, para salir más fotogénico en la película.
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Seré franco: Visto el tema de la película anunciado en el programa ("En la isla griega de Santorini, que se ha convertido en un destino turístico de primer orden mundial, hay una pequeña comunidad que tiene un único objetivo: preservar la tradición de cultivar la viña como se ha hecho siempre, con el conocimiento de años y años y batallando con el clima"), me esperaba un reflejo del duro trabajo, una voluntariosa loa de los valores y formas de vida tradicionales, y poca cosa más. Y no.
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Anuncio de un pase del film, que escarba en la vida ajena al monotema turístico de Santorini.
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Está claro que eso está subyacente, y que te enteras de las peculiaridades de esas viñas a las que retuercen sus ramas para que queden resguardadas del fuerte viento, y de ese empeño por seguir cultivándolas en un terreno de lo más árido, que daría mucho más rendimiento acogiendo casas para turistas. Pero la película sorprende con su ironía, con cómo interviene, sin afán de protagonismo, en la narración y por pequeños detalles que acercan a los personajes al espectador, y lo enternecen. Como ese anciano que explica que la afición a la armónica le viene porque de pequeño tenía un trayecto muy largo de la escuela a su casa, le daba miedo y tocando la armónica se le pasaba el pavor. La directora lo filma, entonces, alejándose de la cámara por una oscura bodega, entre toneles, tocando la armónica.
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