miércoles, 9 de julio de 2014

Los rojos y los blancos


Sobre el papel era el pase de una película más del ciclo de la Filmoteca sobre la primera guerra mundial, presentando un episodio no muy conocido de la guerra entre rusos blancos y bolcheviques, éstos últimos ayudados por un batallón de voluntarios húngaros. Pero la sesión de esta noche de “Los rojos y los blancos” (1967) albergaba en realidad una de las más bellas películas de Miklós Jancsó, con una cámara en continuo movimiento que no para de registrar cargas y avances de caballería gracias a largos travelling desde un coche o helicóptero, ejecuciones sumarias, idas y venidas –avances y retrocesos- de rusos blancos y rojos en persecución mutua, y amplios paisajes a orillas del Volga y algún afluente, sin olvidar desde un heroico –e inútil- martirio grupal coreando la Internacional hasta una delicada secuencia con banda de música interpretando el “Señorita, deme un beso…”, que deriva en un baile entre los abedules con toques de Botticelli.
No obstante, la belleza innegable del film, como me decía un colega, no viene acompañada en esta ocasión de una fuerza explicativa, de una base teórica, a su nivel. Sales convencido, eso sí, de que se trató de una larga y desordenada contienda en la que se cometieron sanguinarios desaguisados por ambos lados (en plan aristocrático por uno de ellos, con masacres similares a elegantes cacerías, pero también con ejecuciones ejemplarizantes que a la vez dejan clara la diferencia de clase entre blancos y mongoles; evitándose in extremis las muertes o en off cuando son provocadas por el otro bando). Pero no queda clara mucha cosa más. Lo que aquí son dos fugaces apariciones del campesinado alcanzará en películas posteriores de Jancsó, quizás dolido por eso, rango de protagonismo.

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