Una de amor y de llorar. De entre los más famosos nuevos cineastas japoneses de los años 60, no consigo identificar los films de Yoshishige Yoshida. Por eso he aprovechado la segunda oportunidad que ofrecía la Filmoteca para ver su “Las termas de Akitsu” (1962).
Donde esperaba un film sereno, en blanco y negro, heredero de los clásicos, me he encontrado una película a todo un color muy de los westerns de los 50, con pantalla panorámica y música de las grandes ocasiones, acompañando una historia de amor sublimado a través del tiempo. La historia es entretenida, porque permite seguir la historia reciente del Japón. Arranca en el final de la II guerra mundial, y recoge la llegada de los americanos y sus costumbres. Ella, la protagonista –Mariko Okada-, viviendo en y llegando a regentar un hotel balneario en un idílico paisaje con vegetación que recoge el cambio de las estaciones y agua por todas partes, no adopta los nuevos hábitos, y sigue vistiendo el traje tradicional, mientras que pasa como puede, con hálito bajo, las largas ausencias del amor de su vida, un escritor que va ahondándose y conformándose con el fracaso.
De tanto insistir en esa pasión apenas correspondida en breves momentos, de tanto acentuarla la música, acaba convirtiéndose en una película de esas como “Peter Ibbetson”, de amor hasta casi más allá de la muerte, esa cosa que tanto gustaba a los surrealistas.
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