Lo peor de los tres capítulos originales de la serie sobre Guinea rodada por Manuel Hernández Sanjuán entre 1944 y 1946 que incorpora el DVD de “Mbini. Cazadores de imágenes en la Guinea colonial” (Pere Ortin y Vic Pereiró, Altair 2007) es que causan el mismo efecto que los NO-DO o las películas franquistas. Inicialmente te atraen irremisiblemente, porque piensas –y es cierto- que verás cosas inusitadas. Llegado un momento, y después de haberte carcajeado con el impresentable lenguaje del locutor, te cansas de seguir oyendo ese lenguaje pseudopoético, a la vez altanero y servil. Finalmente te invade la tristeza y malestar profundos de una época asquerosa, y procuras alejarte.
Así pasa con “Balele” (la más inocua: una larga filmación sobre una fiesta fang, con los cortes de censura impuestos para que no se vieran excesivamente los pechos de las danzantes), “Una cruz en la selva” (el supuesto seguimiento de los trabajos de los misioneros, “combatiendo por los valores eternos del espíritu frente al materialismo de nuestro tiempo”, yendo de un lado a otro para bautizar, hacer misas,… eso sí: siempre con dos o tres porteadores que les llevan todas sus herramientas) y “Bajo la lámpara del bosque", una mirada supuestamente jocosa, para provocar envidias, sobre los alicientes de la vida colonial (póker, piscina, cócteles tropicales) de esos españoles que están ahí “para enaltecer el nombre de la patria”, un trabajo para el que se requiere “temple de raza”. ¡Puaf!
Me había refugiado en las películas originales para ver lo que había captado esa “cámara que sólo registra la realidad”, porque, lamentablemente, las reelaboraciones actuales no me han gustado lo más mínimo: “Cazadores de África” contiene fotos magníficas, pero tratadas para que ofrezcan una impresión de 3D, como de dioramas, o bien hasta coloreadas. Además, para más INRI, toda ella, de una forma de lo más acrítico (al contrario de lo que parecía buscar el libro) sólo sigue una corregida y montada entrevista con Hernández Sanjuán, pero en la que, en vez de ofrecer la voz real del anciano, hacen que sea un locutor actuando como anciano el que haga su recitado mientras lo que dice se va ilustrando con fotos o trozos de los films. Por su parte, “Le mal d’Afrique” ilustra el contenido de una carta sobre Guinea de Hdez. Sanjuán a un amigo de la Península, leída por otro locutor que respeta todo el carca lenguaje poético que rondaba por aquí esos años.
Puestos así, mi recomendación es que, si alguien se acerca al libro, mire y remire las fotografías originales, en sus copias nuevas. Hay alguna magnífica, y no llevan incorporados ni guión ni banda sonora.
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