Casi sólo aparecen dos escenarios en "The servant" (Joseph Losey, 1963, con guión de Harold Pinter): La espléndida casa urbana georgiana del retoño de familia aristocrática interpretado por James Fox y la mansión con amplios jardines de sus padres. Pero hay una escena muy interesante por el medio de la cinta que tiene lugar en un restaurante, y de la que no guardaba ni el más ínfimo recuerdo (una de las ventajas de tener una memoria tan lamentable: se vuelve a ver todo como nuevo). La cámara va paseándose por su reducido espacio para situarse ante las mesas de los comensales o, cuando no, aún centrada en la pareja protagonista (que inicia una discusión precisamente sobre el sirviente), deja oír las conversaciones -de una ruindad notoria- de los otros comensales. Todo son parejas. Novios o matrimonio joven, una señora con la que debe ser su hija, un obispo con un cura. Es una corta escena, pero en ella se efectúa un demoledor barrido por una clase social que está próxima al derrumbe.
La progresiva revolución que el criado (Dick Bogarde) planea para con su señor (anunciada con proliferación de espejos y reflejos, así como otros hallazgos de puesta en escena en el film, que sigue lo que es un completo proceso de inversión), le dará la puntilla.
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