En busca de secuencias con espejos significativos, y puesto que “Madame de…” (Max Ophuls, 1953) iba a ser en un principio una imposible película enteramente vista a través de espejos, he revisado el film. Aunque es verdad que los espejos están forrando –sobre todo en su primera parte- la película, como reflejo de lo artificial de esa felicidad conyugal y del espejismo de ese amor inesperado, quizás venzan la partida los retratos que pueblan de imagen pomposa las paredes, las luces de gas que premonitoriamente se apagan o esas puertas acristaladas, que permiten ver lo que pasa en las estancias vecinas. Finalmente no he seleccionado, pues, ninguna secuencia.
De hecho, diría ahora que todo el film se organizó alrededor de esas dos maravillosas escenas de baile, en las que la cámara, como sabe con Ophuls, se mueve siguiendo a los personajes. En una primera, haciendo sentir la aceleración del tiempo, En la otra, por el contrario, su alargamiento.
Y me he reído también de la ironía de Ophuls en dos detalles secundarios. En el primero, que sirve para cerrar la magistral primera escena de baile, un músico –seguramente de ideario revolucionario- se harta de estar tocando hasta las tantas para esa incansable pareja, y abandona protestando la orquesta. La cámara le sigue hasta que se va por la puerta, dejando aún ver a Vittorio de Sica y Danielle Darrieux apurando la noche. El otro, un guiño aparentemente insustancial, de ambiente, sobre la salida del coche del general del cuartel, observando y oyendo la conversación de los centinelas que le abren la barrera. Mientras toda esta aristocrática historia de amores, bailes, embajadores, viajes y joyas tiene lugar, rozada por el paso del general ante ellos, los soldados vuelven a su tema: “¡Hoy otra vez alubias!”, protesta, desesperado por el rancho, uno de ellos.
Éste enlace contiene la primera gran escena del baile:
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