Paso un momento por la TV y estoy de suerte. Llego justo a “La hora final” (Stanley Kramer, 1959) en un buen momento para volver a ver esas imágenes de su desenlace, que tengo metidas en la cabeza desde que la vi, hace tanto tiempo, y para hacer aquí ahora un gran spoiler, que agradecerán –ejem- quienes no la haya visto aún.
Todos sus protagonistas ya han aceptado serenamente su suerte y se deciden a acabar en plan señor. Fred Astaire emite una sonrisa de satisfacción sentándose en su bólido; el almirante se da cuenta de que aún hay tiempo para tomar alguna que otra copa con su preciosa asistente, y se dispone a hacerlo; Anthony Perkins consigue que su mujer recuerde lo felices que fueron; y Ava Gardner va veloz por la carretera de la costa a despedirse de Gregory Peck. Tras el beso, reconocimiento de los buenos manjares recibidos, contempla cómo el submarino de su amante se sumerge con variaciones del himno australiano –aunque sin la voz de Tom Waits- en la banda sonora.
Llegan por fin las famosas imágenes finales de San Francisco abandonado, pero ni son vistas desde el periscopio del submarino, ni son en realidad un montón de papeles los que se ven volar por las desiertas calles –como creía recordar- sino uno solitario, que nos lleva hasta la pancarta con la advertencia leitmotiv de Kramer.
He vivido esta revisión de los minutos finales de film como una despedida personal de todos estos grandes actores, que ya no están por aquí.
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