Ha empezado muy bien la mesa redonda de hoy en el CCCB sobre Pasolini. Ingrid Guardiola ha presentado a Jordi Balló (que ha vuelto a exponer alguna de las reflexiones que, de alguna forma, han modelado la magnífica exposición de unos pisos más arriba), a Julià de Jòdar (que ha entrado fuerte y punzante diciendo que quienes habrían podido hacer por aquí de Pasolini estos últimos 30 años se pusieron a hablar de gastronomía y fútbol, y asegurando que ya estábamos a un nivel superior, devastador, al del consumismo detestado por Pasolini, aquél en el que cada uno debemos pensar en nosotros mismos como empresa), y a Javier Pérez Andújar (que nos ha ofrecido un recorrido por la familia de Pasolini como sólo él puede hacerlo, para centrar el debacle familiar que –ha dicho- fue realmente su trágica vida).
Pero luego, a decir verdad, entre la mesa y el público se ha entrado en una serie de consideraciones deslavazadas que, desde tan buen arranque, (me) han llevado hasta una cierta insatisfacción, por las expectativas no cubiertas. Al final, la moderadora ha preguntado si alguien quería hacer la intervención final, y no se ha oído nada. Quizás únicamente el batir de alas de unas aves rapaces sobrevolando el descampado de Ostia donde le asesinaron.
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