sábado, 19 de enero de 2013

La noche más oscura


Iba al cine con la idea de ver una película de aventuras, pero ni hablar. Un malestar cada vez mayor se ha ido apoderando de mí, desde la primera secuencia de la película: esa pantalla en negro y, en off, las llamadas intercambiadas entre víctimas del 11S y sus familias. Después de esta apelación directa al recuerdo dolorido, da la impresión que todo lo que se muestre en “La noche más oscura” (Kathryn Bigelow) pueda admitirse. Y no creo que deba ser así.
Viendo el film, he navegado –involuntariamente- a una época en que toda la valoración que se hacía de las películas era sobre su postura e incidencia política. Ésta habría sido, desde luego, vilipendiada. Da pie a esa terrible frase que leíamos abochornados, por lo fachenda: “Siempre, en el último momento, ha de ser un pelotón de infantería el que salve a la humanidad” (Spengler)
Pau está preparando una serie de secuencias que hablen de lo abyecto en la puesta en escena, siguiendo la famosa diatriba de Rivette. Esta película aporta unas cuantas posibilidades de ampliación del espectro. ¿O no establece el más pertinaz suspense, haciéndonos preocupar por la seguridad de una amiga de la protagonista, cuando antes hemos visto tranquilamente e imaginado otra serie de torturas sin miramiento alguno, perpetrados precisamente por las dos?
Mientras, por aquí y por allá aparecen frases que no pueden dejarse pasar por alto: La responsabilidad caería encima del que no actuase, lo de las armas de destrucción masiva fueron un error de interpretación, etc.
Esa gran victoria de matar violentamente a una persona y su séquito, disparando antes de preguntar, se admite en la película como crucial para acabar con el terrorismo (la tontería esa de centrar todos los males de una época en una persona), y como un éxito personal de la protagonista, que ha trabajado mucho para lograrlo.
He esperado que hubiera un momento de redención final para la película, y que, manejando esa cremallera, ella se quedase, al menos, simbólicamente, con las manos manchadas de sangre. Pero no ocurre tal cosa. Al revés. En vez de dolernos por la escalada de injusticias y muertes desarrolladas, en vez de ver la desgracia de un orden legal pisoteado, de un mundo en que la violencia más arbitraria es la dueña, nos tenemos que compadecer de una chica que se pone a llorar al ver que no tiene un hogar al que regresar. Como si lo suyo fuera lo importante.
(La foto del último refugio de Bin Laden y su familia la he sacado del National Geographic)

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