Un par de enfermeras contemplando a Tokiko regresando con su hijo a su casa |
En el proceso de Ozu por el que va despojándose en sus últimas películas de todo lo superfluo, al final la típica escalera de un solo tramo de la casa japonesa se sabe que está ahí, pero nunca aparece. En cambio, en “Una gallina en el viento” (1948), Tokiko la sube y baja constantemente, aparece también vacía, para ubicar el cubículo en que vive o para dar a entender el esfuerzo que aún le falta dispensar para subir a su hijo hasta él. Incluso alcanza, en un momento dado, un protagonismo inusitado.
El travelling que acompaña, dramáticamente, a Tokiko llevando a su hijo en brazos, con el telón de fondo del paisaje industrial. |
Tenía miedo que, con el reflejo de los sinsabores de la guerra aún muy presentes, diera paso a una película (como pasa en algún Mizoguchi de ese grupo) que se me indigestara un poco. El pase de hoy en la Filmoteca ha sido la primera ocasión que he tenido para verla y ya sus primeros planos me han quitado ese mal augurio de la cabeza. Son esos unos “planos vacíos” muy informativos, que nos sitúan en el ambiente industrial y de precariedad de la inmediata postguerra en la que vive Tokiko con su hijo, y que también, al prolongarse en el tiempo, dan cuenta del desamparo de la buena mujer.
La escena que resulta realmente preciosa es la del encuentro campestre de las dos amigas junto al río, pero no he encontrado fotos por internet. Valga ésta otra para hacerse una idea. |
La potencia de planos típicos de Yasujiro Ozu también tienen su cabida por la extraordinaria primera mitad de este film. Vemos, en el equivalente a la típica escena de excursión a un santuario, como un par de personajes miran hacia el exterior, elogiando el bonito cielo que ha quedado. No importa demasiado, en su ilusión, que ese cielo esté recortado por las estructuras de sujeción de depósitos industriales.
Al fondo las piernas de la madame. Para conceotualizar el ambiente, ese cartel (en el que no me he fijado durante la proyección) y estas botellas vacías en primer plano. |
Pero hay otro par de secuencias en que sí existen exteriores con personajes reflexionando apaciblemente, contemplando la vista desde un terraplén a orillas del rio: una primera de una merienda campestre entre las dos amigas, una segunda entre el marido y la chica de 21 años que se ve forzada a prostituirse acuciada por la necesidad.
La escalera. |
Como no se trata de una película de última hornada del cineasta, hay por lo menos tres potentes travellings, a cada cual más impresionante. En uno de ellos Noriko lleva preocupada en brazos, en un plano casi religioso que me ha recordado al final de “Cielo Negro” de Mur Oti. En otro la cámara precede la marcha decidida del marido, que camina rápido con una idea entre ceja y ceja, capturándolo frontalmente.
El policía registra la situación de los habitantes de la casa en el umbral. |
Otras secuencias marca de la casa nos dejan oír nada menos que las canciones infantiles de la escuela desde el interior de un prostíbulo vecino, o bien los sonidos de los bailes (que se llegan a distinguir un poco a través de las persianas) del vecino cabaret desde la oficina del marido.
Y es en la oficina del marido donde encontramos en un papel secundario a Chishu Ryu. No lleva bigote (el bigote parece reservado al actor que hace de marido, digno de un melodrama mexicano), pero se le reconoce inmediatamente con su primer diálogo: un asentimiento dubitativo (“Mmm”), gutural, de los suyos.
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