viernes, 27 de septiembre de 2019

Amanecer

Solo he encontrado esta regular captura (y otra más pequeña en la que se ve más la locomotora) de esa impresionante -por su fuerza- escena inicial del film. Vista en la gran pantalla del Phenomena, en copia de total nitidez, no hay color...

No hay que desdeñar las ocasiones que se brinden de ver “Amanecer” (“Sunrise: A song of two humans”, F. W, Murnau, 1927), película de la modernidad, la puesta en escena y la emoción a raudales, en óptimas condiciones. Ayer Phenomena ofrecía una sesión -lo había hecho otra vez hace un mes- en esas condiciones...
El casi cartel publicitario de líneas marítimas. No he encontrado capturas de la llegada de la barca con veraneantes a la aldea.
En esta ocasión, además de admirarme de esos prodigios de transfiguración emocional del campo en la ciudad como centro de excitantes placeres y de la ciudad en el campo como remanso de paz y felicidad, además de -como viniera a decir también Eustache en su “La maman et la putain”- sufrir y gozar de los acusados contrastes entre la noche y el día, de tantas cosas que el film de Murnau (¡qué empobrecimiento el de la historia del cine sí de ella desapareciera este cineasta!), me he fijado sobre todo en las escenas de modernidad, de las que denotan, lejos del cartón piedra de la aldea, lo que “Amanecer” tuvo de reflejo de una época radiante, si bien es verdad que conduciéndose directamente hacia la hecatombe.
Nuestra pareja llegando a la sala de fiestas...
Así, bebí como nunca, una vez más, de todas las escenas que tienen a la plaza de esa ciudad repleta de tráfico como protagonista, pensando que tenía que repasar en “Los proverbios chinos de F. W. Murnau” lo que explica Luciano Berriatúa sobre de dónde salió, cómo obtuvo esa ciudad que, siendo norteamericana en sus elementos ocupantes (los coches, los policías, las otras personas, algún neón), tanto tiene de alemana o centroeuropea.
Y ya instalados para cenar tirando la casa por la ventana.
Pero, sobre todo, se me fueron los ojos en esas escenas iniciales de la estación y, poco después, de la mención al turismo y la llegada del barco repleto de turistas a la aldea ribereña, así como, ya traspasada su media parte, la vorágine del parque de atracciones y restaurante sala de fiestas. Intentaba asumir las impresiones no que me causaban hoy en día a mí como luminoso reflejo de una estética art decó, sino las que pudieron llegar a causar en los espectadores de su momento. La potencia de ese tren surgiendo en diagonal de uno de los múltiples estratos de la moderna y transparente estación (con una imagen similar a la obtenible desde una terraza superior de la actual Berlin Hauptbahnhof), la silueta de esa bañista recortándose sobre una playa con la estética de los sofisticados carteles turísticos de entonces e inmediatamente después esa otra mujer en el barco sobre la imagen de la iglesia y las tres casas de la aldea, el inacabable panorama de ocio de ese centro nocturno,...
La ciudad por la noche...
Sí Leopoldo Pomés decía que le gustaban las fotografías que no se le acababan, qué no podría decir de este “Amanecer”...
Y por el día.


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