miércoles, 15 de marzo de 2017

El apóstata


Tanta película disponible aturde bastante. Y eso de tener que escoger la que quieres ver a partir del montón de carátulas de una pantalla rodante, colocadas sin orden ni concierto, mezclándose las que a priori tienen un punto de interés con las hechas en serie, relativiza al extremo la necesidad y las ganas de ver cine. Al menos a mí me provoca el mismo mareo y desazón que el que intentaba evitar no yendo a video clubs o tiendas de venta de DVD: esa sensación de que "todo está a la venta", que eres un "consumidor" de películas, del "entertainment" americano, me invade. Ya no dedicas una tarde a ir a ver en una sala la película escogida, sino que te sientas en la sala a ver qué pescas y eliminar de entre lo pendiente o lo que te despierta una mínima curiosidad.

El incremento de tarifa de Movistar nos ha supuesto, vía cambio de contrato, disponer durante un par de meses de sus canales y paquete extra de cine, y eso lleva a este tipo de reflexión. Pero también me ha permitido, por ejemplo, repescar "El apóstata" (Federico Veiroj, 2015), que me perdí en su estreno en salas.

Nada más empezar aparece el que luego veremos qué es el protagonista al que seguiremos por todos lados, que está tumbado en un parterre comiendo pipas. Se oye una música bastante extraña, pero en seguida vemos que no es la de la arbitraria banda sonora de la película, sino que surge de un radiocasete que lleva y escucha un tío de por ahí al lado. Es sólo una de las muchas músicas raras de la película, y uno de sus hallazgos de puesta en escena, que indican que el sentido del humor y el atractivo de la anterior "La vida útil" no sólo se debía a la exótica localización de su trama (el mundo un tanto sórdido de la Filmoteca de Montevideo), sino a encontrarnos ante un cuanto menos original cineasta.

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