No suelo prestar atención a los anuncios, pero me he fijado que en Facebook me aparece constantemente uno con la cara de Werner Herzog, que ofrece una “master class”. Tras eso, viendo cómo se iniciaba el montaje preparado ayer noche en el Kosmópolis del CCCB (Werner Herzog hablando en una tarima con un ceceante Paul Holdengräber –quien ya ha tenido con él alguna que otra vez esa experiencia- sobre su última –y no muy elogiada- película de ficción, de la que se pasaba algún fragmento), me he escamado un poco, temiéndome lo peor: una representación, unos bolos ya requeteensayados, cubriendo el expediente.
Poco a poco he ido erradicando esa sesación, y transcurridas más de dos horas de charla, hasta he disculpado que, mientras se proyectaba un fragmento de una película suya filmada en la jungla, Herzog se acercase a Holdengräber para decirle en el oído que no admitiera preguntas del público: debía estar agotado. Aún así después todavía se ha vuelto a sentar para hablar sobre su experiencia en Corea del Norte, a donde dice que le gustaría volver para rodar una segunda película, y para responder a la pregunta de un filósofo amigo: ¿De qué tienes miedo? Su tajante “A nada”, dado lo vivido por él hasta el momento, no me ha parecido arrogante, y me lo he creído.
De cosas más o menos anecdóticas se ha pasado previamente a hablar de los grandes problemas que afectan al planeta: “Hemos tardado unos 8000 años para domesticar a todos los animales, y ahora no dominamos muy bien el mundo. No digo que se deba volver a vivir como en el Paleolítico, pero habría que hacer algo, y no mantener una estúpida mirada naif. Las cosas no pueden acabar bien como sucede en las películas americanas.”
Ha hablado bastante del papa Benedicto XVI, del que le impresionó que en su visita a Auschwitz se preguntara hasta tres tres veces en voz alta “¿Dónde estaba Dios cuando pasó esto?” Dice que se le veía su miedo, evidenciando su pérdida de fe. Según él, por eso dimitió.
Otra cosa que he anotado: Dice no tener un Smartphone, que es una persona analógica, y quiere ver directamente a la gente con la que habla, como nos estaba ahí viendo. Que cree firmemente que los niños han de construir casas de madera con sus manos, no únicamente a través de una aplicación de su teléfono.
Los dos en el escenadio vistos en el reflejo del cristal de la cabina del traductor instantáneo, cuyo rostro se aprecia ligeramente. |
Los grandes temas han ido desfilando, y uno de ellos ha sido, curiosamente, el fútbol, del que es un aficionado de esos que se fijan en los movimientos genéricos. Ha alabado a Busquets, porque “es de esos jugadores que saben leer el juego”. Vio el partido del otro día entre el Barça y el París St. Germain, en el que el club blagrana recuperó un 4-0 en contra. Pues bien: señala que después del milagro de esos tres últimos goles posteriores al gol de los franceses que dejaba la cosa en 3-1, y la necesidad para el Barcelona de meter unos imposibles tres goles en diez minutos si quería salvar la eliminatoria, se debería haber cerrado el estadio durante todo un año, para poder pensar en ese hecho extraordinario.
Entre gran y gran tema ha habido tiempo también para que leyera fragmentos de sus escritos al público que abarrotaba el hall del CCCB y una sala anexa desde donde lo veían en streaming. Y también hasta para lo más peregrino, como para señalar que todos los grandes directores son siempre gente que ha leído mucho, para explicar cómo se hipnotiza una gallina (cosa que ya hizo en “Gaspar Hauser”), para asegurarnos que él es de lo más sano que puede encontrarse en Hollywood, donde hay mucho enfermo, o para decir que si le acaban poniendo una camisa de fuerza ese podría ser un buen final para su carrera.
Explico una última cosa de las que ha soltado –ésta de gran interés para cineastas-, tras indicar su creencia en que los hechos no llevan siempre, como norma, a la realidad: Que él suele inventar cosas en sus documentales. No para despistar, sino para profundizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario