Divirtiéndome al tiempo que aprendiendo muchas cosas de Claude Chabrol gracias a su “Esbozo de autorretrato” incluido en “Laissez-moi rire!” (Éditions du Rocher, 2004), que compré el otro día en una librería de viejo de Céret.
Allí suelta, como Brassens en su canción, que “siempre he contemplado con ironía todo aquello que es demostración, honores, todas esas idioteces”. Y se despacha a gusto.
Traduzco a mi aire: “La segunda vez que bajé a la calle (la primera explica antes que fue para defender ante Malraux el cargo de Langlois en la Cinemateca) fue con ocasión del Mayo 68. Encontraba divertido ir a enmerdar un poco. Había cabezas absolutamente extraordinarias en la V República gala, troncos de los que ya no nos acordamos, pero que eran impresionantes. Te decías que la ocasión de hacerles unas pocas cosquillas, de irritarlos, no se reproduciría muy frecuentemente, por lo que había que aprovecharla. Eso era lo que realmente me pasaba por la cabeza. Y después, a medida que los días fueron desfilando, una especie de locura poética, de verdadero surrealismo, de real anarquismo iba descubriéndose. Por una vez las cosas no pasaban en el papel, sino sobre los adoquines.”
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