viernes, 1 de mayo de 2015

La Sapienza


No he visto ninguna película previa de Eugène Green, con lo que no puedo contextualizar ésta, ni saber si en las otras ya aparecen personajes que se hablan entre sí sin mirarse en ningún momento o si eso está acentuado en ésta porque son víctimas de una situación que los maltrata (él arquitecto a quien tumban su proyecto con una contrapropuesta especulativa, ella viendo la inutilidad de sus diagnosis sociales).
Hacía un calor terrible en la sala durante la segunda y última proyección de "La Sapienza" (Eugène Green, 2014) del Festival d'A, pero pese a ello he disfrutado como un cosaco en buena parte de su metraje. Mientras suena Monteverdi y van apareciendo los títulos de crédito vemos, desde un punto de vista inusitado, que me gustaría conocer, los relieves y bustos que coronan una terraza de Roma, para a continuación llevarnos la cámara en una panorámica a contemplar los magníficos terrados y cúpulas romanos. En oposición, Turín está enseñado de una forma más íntima: Los personajes entrarán, más tarde, en San Lorenzo y verán con atención la fotografía del sagrado sudario. Y volverán a llevarnos a Roma, donde también entraremos a ver las cúpulas de Borromini -y Bernini- desde dentro.
Por un lado es simplemente la historia de una formación inversa (el arquitecto accede a ir con el chico que quiere estudiar arquitectura a ver Turín y Roma, pero será de él de quien realmente aprenda; su mujer se queda en Stresa, al lago del Lago Mayor, para cuidar a la enfermiza hermana del chico, pero será ésta la que en la práctica la sane a ella), pero por otro lado es una lección de arquitectura luminosa, y nunca mejor dicho, porque te queda claro que es la luz la que debe buscar el arquitecto al diseñar sus espacios. Paralelamente a que en la ficción (la pareja hablándose con la cara mirando al frente, ambos en paralelo, mientras que ellos dos, en su viaje, se miran de frente, a los ojos; etc) se va desvelando que la historia del arquitecto no es sino la repetición de la de Bernini con Borromini, una voz en off (que igual no corresponde al libro sobre Borromini que figura escribir el arquitecto, porque no está en francés, sino en italiano) nos va explicando, y enseñando en precisas imágenes, los secretos de las obras de Bernini y Borromini y el trasfondo de la relación entre ambos, que rondaba entre la de asociados y rivales.
En una secuencia junto al lago Mayor, además, un personaje interpretado por el mismo Eugène Green nos explica las claras razones por las que nosotros no tenemos derecho a estar tristes. ¡Y vaya si convence! Pese a que contiene alguna escena que roza el ridículo (la pareja al inicio como pasmarotes, ese forzado beatífico saludo final) me ha resultado una película también luminosa, que justifica por sí sólo el Festival D’A.

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