lunes, 29 de diciembre de 2014

La fille de nulle part




Me iba diciendo, yendo al Zumzeig cine-bistró, que si me gustaban las películas de Jean-Claude Brisseau era por los trazos que se apreciaba en ellas de las de Maurice Pialat. Eso de haber sido asistente de dirección suyo debió dejar, lógicamente, secretos lazos entre algunas cosas de sus obras. Una podía ser, seguía rumiando, su predilección por personajes incómodos, con los que puede ser en un principio difícil empatizar. Jean Yanne, o el mismo Pialat haciendo de actor en sus propios films, aunque profundamente humanos, no suelen ser los típicos modelos edificantes, y pasa igual con otros cuantos de los de Brisseau.

Ahora se estrena, aunque en unas condiciones muy peculiares (V.O. subtitulada en inglés) "La fille de nulle part" (2012), y es claramente una buena oportunidad, atinando día y horario, para frecuentar ese peculiar y agradable cine. Yo lo he hecho, y se me han caído por el suelo todos mis esquemas, como se caían las cosas en el apartamento del film, movidas por no sé muy bien qué sustrato paranormal. Nada de Pialat. En un momento (conversación con el amigo junto al Sena, en la Ille de Saint-Louis), en todo caso, me ha recordado poderosamente a Rohmer, también un cineasta con gran relación con Brisseau. Pero por lo demás la película es muy suya, y por no tener, no tiene ni el tono de otras de su autor.

Los dos personajes principales, el interpretado por Brisseau mismo (nacido en 1944) y el interpretado por una chica de 26 años (que dicen los títulos de crédito que ha colaborado en el guión) no es que sean personajes incómodos. Ambos alejados de los cánones de belleza, en algún momento pueden resultar un increíble par de frikies. Él, sobre todo, con su enorme estómago, sus estrepitosas zapatillas deportivas blancas y con su peculiar forma de interpretar, hace cuestionarte, a poco del inicio, qué será esa rareza que estás viendo.

Pero poco a poco, la película, con sus excentricidades y fantasmagorías incluidas, te va ganando, porque vislumbras ahí un juguete que Brisseau -y de ahí el que haya optado por interpretarlo él mismo- ha pergeñado, en su propia vivienda parisina, con sus mismos pesares, para darse vida.
Lo de menos es si la historia (solitario hombre "en la recta final del camino", que ve en la aparición de una joven la ocasión de vivificar sus últimos años, y eso sea dicho sin ningún matiz erótico por el medio) resulta muy trillada, y posiblemente poco creíble. Lo de más la intensidad que le mete a unas cuantas escenas, arropadas con el Adagietto de la 5a de Mahler, sus estanterías llenas de libros, DVD y hasta VHS de cine, y cosas así.

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