Esteve Riambau, que hacía de moderador, me emplazó por estas mismas páginas a acudir a otro de esos coloquios intergeneracionales, promovidos por la Fundació Palau y el ConCa. Iba esta vez sobre cine y se desarrollaba precisamente hoy en la Filmoteca, en una sala rebosante de gente, porque era un duelo entre titanes -Riambau les ha llamado Dioses- como Pere Portabella (que ha sido, para mi relación con el cine, como Miles Davis en cuanto a la música: un desbrozador de caminos) y Albert Serra (de quien me interesó su primer largometraje, pero debo decir que no he tenido el suficiente empuje -o interés- para ver los siguientes).
Con buen criterio, Riambau ha planteado un diálogo inicial entre imágenes. Por un lado la secuencia inicial de "Nocturn 29", precisamente una de las que tenemos previsto seleccionar para un nuevo ciclo que estamos montando de "Ombres Mestres. Les lliçons dels grans del cinema": una pareja -en la época les tildábamos de hippies- en un paisaje duro como el cabo Creus, acentuado por los contrastes brutales del blanco y negro puros que provocaba el uso de negativo de sonido (y de cuya disolución en la copia vista se ha quejado el realizador). Por el otro lado, la escena inicial de "El cant dels ocells", con los tres magos en un paisaje -de Islandia- que los supera, y que Serra ha explicado que fue a buscar para huir de todo posible humanismo.
Ya en la mesa los tres, las largas dos horas se han centrado mayormente (que decía Macaria), tras sendos intentos de definir sus cines respectivos a partir de texturas o de los eventuales relatos a completar por los espectadores (Portabella) y de (el de Serra) una afortunada frase de Jean Douchet (la dramaturgia de la presencia, no de la acción), en las lecciones de cómo afrontar la realización cinematográfica, siempre ambos poniéndose como ejemplo.
Pere Portabella ha lanzado alguna frase demoledora para algún pobre estudiante de cine que hubiera acudido a la sala ("Hay que huir de las escuelas de cine, olvidarse de los guiones,.."), otras claves muy interesantes sobre cómo actuar ("Siempre hay que pensar en el espacio, para situar ahí la acción, nunca al revés"; "¿Por qué someterse a esa terrible exigencia de que en el cine se debe entender todo?"; "Hay que saber discernir entre la ocurrencia -que es letal- y la idea").
Albert Serra, para no ser menos, ha satisfecho al auditorio rechazando partir de un guión ("¡qué fácil y aburrido entonces!"), dejando claro, por lo mismo, que hay que olvidarse de los planos de transición ("¡por favor: somos adultos!") y en definitiva huir de todo academicismo. Ha hecho una reflexión divertida: "Yo hacía cruzada para vampirizar todos los tiempos muertos, pero es que ahora resulta que en el cine actual ya todo son tiempos muertos".
No ha habido lucha generacional. Ambos se han tratado muy correctamente y hasta con simpatía. Los dos se han situado en un confortable margen de todo. Portabella lo ha definido con una bella imagen, a la vez consejo final a cineastas: "Una barca en un lago, o en el mar. La obra viva está bajo el agua. Afuera, en la superficie, la obra muerta. Nosotros estamos, hemos de estar abajo, libres. Arriba están todas las limitaciones."
Al final ha habido una ya algo confusa mirada al futuro del cine y, prácticamente, de todo, con un Portabella hablando del próximo colapso general, si bien diciendo luego que nadie debía tener miedo, porque está muy bien que se hunda todo.
Y he apuntado otra cosa que me ha hecho gracia: Albert Serra (¡él!) ha considerado engreído a Bela Tarr, porque en la rueda de prensa que siguió a la proyección de "El caballo de Turín" respondió a un periodista que le preguntaba si iba a seguir haciendo cine con un gesto como diciendo que cómo quería que lo hiciera, después de haber creado esa película. Portabella, riendo de la egolatría de Albert Serra, ha recordado un diálogo de Woody Allen:
- Tú te crees Dios
- Hombre: Algún referente he de tener...
Sólo una duda, por lo menos, ante el discurso de ambos: ¿Hasta qué punto la destrucción de las ciento veinte horas -o las que fueran- de filmación de Kasel de Albert Serra no fue, en realidad, una ocurrencia, de esas que han de discernirse de las ideas, y expulsarlas bien lejos de uno?
He escogido esta más que imperfecta foto de entre las que he hecho porque, coincidiendo en este caso con Albert Serra, prefiero la verdad de la imperfección al muermo de la perfección del estudio. Y, de hecho, las otras eran del mismo bajo nivel...
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