lunes, 4 de septiembre de 2023

Muchachas de uniforme


Profesora de métodos más tolerantes y alumna.

La alumna protagonista…

… y uno de los primeros planos de la profesora.

La escalera.

Es curioso ver cómo el acento de los tiempos va siempre marcando todo. El famoso clásico “Muchachas de uniforme” (debiera ser “en”, como también es en su título original, “Mädchen in uniform”, Leontine Sagan y Carl Froelich, 1931), que creo no había visto hasta ahora, está en el catálogo de Mubi y de Filmin.
Considerada siempre como un (tímido) alegato contra el autoritarismo (es básico situarla en su año de producción y su país de origen, Alemania, sabiendo todo lo que estaba subiendo por ahí…), las dos plataformas la anuncian ahora como pieza clave del cine lésbico. De forma directa, escueta y exclusiva la segunda; detallando más sus razones la primera, que también habla de su significación antifascista).
Toda su acción tiene lugar en un internado escolar femenino de disciplina casi castrense, como haciendo eco a los vecinos regimientos militares, de los que, aunque atenuadas por la distancia, se oyen sus toques de trompeta.
La verdad es que los planos de miradas de la más humana de las profesoras, de la que se ha enamorado perdidamente María -una alumna recién llegada- y algún que otro encuadre y escena, te sorprenden una vez más haciéndote pensar en lo que llegaba a trasmitir, sin apenas tapujos, el cine de los primeros años 30, antes de que le ajustaran en sus fauces un buen bozal.
Pero si eso se pudiera dejar por un momento al margen, me ha gustado ver la persistente utilización de esa escalera de la escuela por donde suben y bajan alumnas, profesoras y sirvientas. Es una escalera de sección cuadrada -pues la curvada monumental está vetada a las alumnas-, que deja un amplio espacio en su interior. En varias de esas secuencias en las que aparece, se hace hincapié de una u otra forma en ese vacío interior y en la potente atracción que supone, creando tensión y anunciando su posterior protagonismo.

Ensayando el “Don Carlos”, de Schiller.

La directora, pasando revista con su bastón de mando.
 

domingo, 3 de septiembre de 2023

Deadwood

El conglomerado masculino de la serie.

-¿Quién lleva el hotel donde se aloja? - le pregunta la borrachina Jane, destrozada anímicamente, al cruzarse una noche por la siempre enfangada calle de Deadwood con el sheriff Bullock.
-Un hombre grotesco llamado Farum.
-Mmm. Hasta el momento no ha mentido -dice para sus adentros Jane, mientras sigue su camino, tambaleante.
Nadie lo diría, pero esta con pinta de anodina escena, como queriendo así subrayar su originalidad, es una de las que de este orden se escogen para cerrar uno de los capítulos de la serie de HBO Max que, explorando qué podía haber de sólido por ese entorno, me ha acompañado durante un tiempo: “Deadwood” (2004).
Es divertido (o bien triste) caer en que las tres temporadas de esta serie serían impensables hoy en día. No creo que exista serie más violenta, escatológica, salvaje, malhablada (un taco cada frase), haciendo recurso de cantidad de desnudos femeninos (buena parte de sus interiores corresponden a burdeles establecidos en un roñoso campamento de buscadores de oro en un territorio fuera de la ley, robado a los indios).
Su esencia, donde me di cuenta verdadera de estar ante algo fuera de serie, está en la temporada intermedia, pero necesitas la primera para conocer a sus personajes (el auténtico oro de la serie) y, ya puestos, aunque en mi opinión ya se diluya algo, a ver quién deja de ver la tercera temporada para saber cómo se resuelve todo lo planteado.
Digo que es serie de personajes, porque ciertamente está en ver evolucionar a unos cuantos de ellos -y no precisamente el que parece típico protagonista, un guaperas que parece sólo sabe pasearse dando saltitos en suspensión por el campamento o poner una infantil cara de enfurecido-, o algún otro sobreactuado, el auténtico goce de su visión. Es ver aparecer alguno específico de ellos y empezar a regocijarte con la surrealista acción en la que participa.
Ahí están, para empezar, las conversaciones, venciendo sorprendentemente las barreras de los idiomas, entre el chino Wu y Al Swearengen (Ian McShane), éste sí, por méritos propios, auténtico protagonista y director de juego de todas las temporadas, pero el elenco es largo y sabroso:
- E. B. Farnum (William Sanderson), el impresentable y ruin patrón del primer hotel local, con sus modales a lo Pimpinela Escarlata, auténticamente chiflado, emitiendo para la audiencia o para sí frases bucólicas o edulcoradas, casi siempre ininteligibles.
-El temeroso, pero angelical Doc Cochran (Brad Dourif).
-Y muchos más, a los que les coges cierto cariño, mientras detestas a dos o tres.
A veces parece que todos formen parte de una tragedia de Shakespeare o que reciten en verso endecasílabo, y te ves intentando descifrar el significado de las abstrusas conversaciones y complejas estrategias que ponen en práctica unos y otros, siempre proclives a las metáforas y los rodeos dialécticos. Pero quizás en la sorpresa y en la extraña fascinación provocada ante tanta escena de la que sólo logras captar su música esté uno de los grandes motivos de aprecio.
El mismo procedimiento pensado para ir consumiendo bulímicamente la serie (esos “Siguiente episodio” o “Saltar introducción” que invariablemente acabas clicando), te lleva a olvidar la autoría de la serie. He sacado los nombres de algunos de sus actores de su ficha, pero no he retenido el nombre de su “creador” (David Milch), como no he seguido los nombres de los numerosos directores de los episodios. Me pareció ver en el primero el nombre de Walter Hill.

Trixie.
 

sábado, 2 de septiembre de 2023

La personalidad de Godard


Debería volver a ver “Passion” (Jean-Luc Godard, 1982), porque la verdad es que solo me acuerdo de los tableaux vivants de “El baño turco” de Ingres y algún otro cuadro. Poca cosa más.
Traigo la película aquí a colación porque Antoine de Baecque sitúa en su rodaje una de las escenas que más te dan a comprender lo poco que sabemos del verdadero carácter de los más famosos directores de cine.
Si hacemos la pregunta de cómo definirían a Godard a unos cuantos de los seguidores de su cine, seguramente obtendríamos como respuesta mayoritaria la de alguien de gran imaginación artística -nadie creo que pueda discutir eso- pero ademas con una personalidad muy fuerte, segura de sí misma.
Transcribo a continuación las declaraciones de Sophie Loucachevsky, quien tuvo un pequeño papel como actriz en la película, traduciendo las que incluye De Baecque en la biografía de Godard, y comparemos:
“En medio del frío y la nieve, esperábamos con vestiditos ligeros y camisones en el exterior, mientras que Godard, aislado en el interior de un coche, lloraba amarga y largamente abrazando con fuerza un osito de peluche”.

En la foto, Michel Piccoli, en su papel de un director con series dudas sobre su pelicula. Tal como Godard con la suya, según parece. 

viernes, 1 de septiembre de 2023

Joaquín Jordá i…









“Joaquín Jordá i…” (Martí Rom, 2001) se aparta bastante del documental medio de la serie de monografías del Cineclub Associació d’Enginyers. Por un lado por su misma duración (78 minutos), por otro, por su estructura.
En casi todos los otros documentales, Martí Rom le viene a marcar aproximadamente a cada personaje lo que quiere que le diga (de hecho, en varias ocasiones le ha llegado a señalar y dar un trozo de la entrevista realizada previamente para el libro), y todos los tiempos están sumamente medidos: los segmentos así obtenidos se entremezclarán con las piezas documentales de todo tipo recabadas con el objetivo de formar en conjunto un retrato lo más preciso posible sobre la vida y el trabajo del personaje en cuestión.
Aquí, buscando aprovechar el excelente narrador que era Jordá, la idea era que se explayara todo lo que quisiera sobre determinados temas hablando con alguien afín a esos mismos temas, mientras una o dos cámaras grababan las conversaciones. La edición final acabaría de dar forma al material obtenido, que apuntaba a cuatro grandes áreas:
-Esteve Riambau le sonsacaba sobre la Escuela de Barcelona.
-Aunque no hubo manera de limar la mala química que había entre los dos, Llorenç Soler y Joaquín Jordá fueron convocados a la sede de una productora para que hablaran del documental político que habían practicado ambos.
-La psicóloga Maite Kirch, que colaboró en el rodaje de “Mones com la Becky”, habló con él de lo suscitado por ese film, incluidos los aspectos ligados al infarto cerebral que sufrió durante el mismo el realizador, y sus consecuencias.
-José Luis Guerin y Joaquín Jordá, que mantenían entre sí una buena amistad y se profesaban admiración mutua, repasaban en la sede de Virus Editorial, ante carteles de “¡Dinero Gratis!” y otros similares, la historia que les era más próxima y querida del cine documental y hablaban de cómo se planteaban sus propios trabajos documentales.
Algún picoteo sobre otros temas, como su trabajo como guionista y como traductor, registrados en el loft que tenia en la Calle de la Cera, completan la pieza.
¡Qué buenos recuerdos!
El enlace:



 

miércoles, 30 de agosto de 2023

Gli uomini che mascalzoni




Continúo buscando antecedentes del Neorrealismo Italiano y ayer descubrí en Prime Vídeo (cuesta encontrarla, con eso de no hacer búsquedas por realizador y presentar toda una serie de datos totalmente erróneos) “¡Qué sinvergüenzas son los hombres!” (“Gli uomini che mascalzoni”, Mario Camerini, 1932), que tiene la ventaja de ser una muy agradable y divertida comedia. Cosa buena, pues.
Agradará especialmente a los que, habiendo vivido en Milán, quieran ver cómo lucía antes de la guerra, pues, avanzándose a la salida a la calle que representaba el Neorrealismo, tiene cantidad de exteriores en Milán, además de una excursión a “los lagos” y un paseo por la Feria. Y está protagonizada por un jovencísimo, casi irreconocible, Vittorio de Sica.
Desde luego, para no soliviantar -no vaya a ser-, todo se resuelve sin alterar el orden establecido y las reglas del decoro.
Buena cosecha, además: he apuntado dos escenas para el Ombres Mestres de este curso, cuyos trabajos hoy iniciaremos oficialmente. Una es clara precursora de la de la criadita de “Umberto D” y otra un raccord muy funcional. Otra cosa será que podamos dar con una copia y pueda ser operativa,







 

martes, 29 de agosto de 2023

Hets


Viendo ayer en la Filmoteca “Hets” (“Tortura”, Alf Sjöberg, 1944), entiendo perfectamente la impresión que me causó muchísimos años antes, pescada en el televisor de casa de mis padres, gracias -una vez más- a un ciclo del cine-club de la segunda cadena, creo que dedicado a Ingmar Bergman, que fue su guionista.
Un estudiante muy idealista sufriendo la presión de un profesor despótico, un padre que desatiende otra cosa que no sea el recto proceder obligado para progresar económicamente, la posibilidad de una relación con una chica que se convierte casi en salvación de la misma…, y todo rodado en un blanco y negro que potencia las sombras (rejas y rejillas proyectadas en paredes interiores) y los claroscuros, con escaleras marcadas por las sombras a lo Rodchenko y unos movimientos de cámara que potencian las sensaciones. La identificación estaba servida.
Las escenas iniciales me siguen pareciendo magníficas. El primer plano es uno cenital, sobre un terreno en el que se ve avanzar a un niño, que pronto sabemos llega tarde. Entra temeroso en la escuela, a un espacio con una imponente escalera de madera de varios tramos, que dará mucho juego durante todo el film. Un vigilante escolar lo observa desde el piso superior. El poder, vigilante y opresivo.
Esta primera secuencia conjuga con otra inmediatamente posterior, también en la escuela, pero con alumnos más mayores. Nos encontramos en un anfiteatro. La visión vuelve a ser -espectacular- desde arriba y, en el semicírculo del anfiteatro se distinguen las cabezas gachas de los alumnos, que atienden a un sermón. Otra muestra de cómo sojuzga el poder escolar, la educación. La salida de los alumnos del teatro es controlada por el vigilante, que actúa como si se tratase de un oficial de las SS.
Tras estas introducciones, entramos en la clase del protagonista y, gracias a una cámara desplazada en continuos travellings, también vemos al antagonista, un sádico profesor al que apodan Calígula. No sé si en ésta o en otra escena posterior similar, en la clase reina un silencio opresor, llueve fuera y el agua de la lluvia desciende por los vidrios de las ventanas de la clase y suponiendo otra barrera al escape ni que fuera visual.
Pronto veremos que la película avanza hacia una historia sobre una preocupación muy actual, como es el abuso de género por parte de un tío absolutamente tóxico.

Veo la sombra de Bergman, entonces veinteañero, en esa pareja joven que se lanza, al margen de las imposiciones sociales, a una vida muy difícil (por ahí piensas bastante en el verano de Mònica), o hasta en la gorra del chico protagonista, pero la verdad es que la segunda parte de la película y toda la resolución del conflicto, lejos de su sombra, con una coda final vigorizante que parece impuesta, me hacen que la película pierda varios enteros de los muchos ganados limpiamente. 

D’un roig encés. Miró i Montroig

El cartel que pintó, como se ve al final, delante de la cámara.






Marti Rom me comentó que Joan Miró les explicó con cara de complicidad que les había convocado un martes en Son Abrines, su taller mallorquín, porque ese día Pilar, su mujer, lo tenía ocupado y podrían estar solos sin ser molestados.
Había pedido permiso en su trabajo y organizado una expedición a Mallorca con su mujer, hermano, Llorenç Soler (cámara) y Joan Martí (sonido), grabando la entrevista con Joan Miró que constituye un documento único y la parte más señalada de “D’un roig encés. Miró i Montroig” (1979).
Pero los ahora 19 minutos de esta película rodada en 16 mm contienen bastantes más cosas.
Se inician con unas tomas en blanco y negro que emulan el footing que hacia el jovencito Miró yendo desde el Mas Miró hasta la playa de Montroig, donde efectuaba toda una tabla de ejercicios gimnásticos. Los del lugar que se cruzaban en su camino, no habituados a estas cosas que ahora nos asaltan por doquier, pensaban que no estaba muy bien de la cabeza.
Luego Martí Rom le sonsaca una serie de informaciones biográficas (que el pintor explica dando la impresión de encontrarse muy a gusto), que le confirman lo que siempre ha intentado demostrar el realizador: el fuerte sentimiento que unió a Miró con el territorio de Mont-roig.
Va colocando en su película Martí Rom también una serie de asociaciones visuales que muestran el esquema básico de lo luego tratado por él mismo en los tres volúmenes, enormemente documentados, que ha escrito sobre el universo de Miró en relación con Mont-roig, el lugar en el que nació toda su familia.
Viéndola ahora de nuevo, compruebo el vigor y la irónica acidez que demostraba por entonces. Basta ver esa sucesión de planos que muestran las placas de las calles y plazas de Mont-roig (una bonita colección de nombres de generales golpistas y otra de los “Caídos por Dios y por España”) y cómo una panorámica enlaza una de ellas con otra, cuyo nombre registrado invita a la resignación: “Calle del Calvario”.
Unas imágenes y grabaciones sonoras del acto de 1978 en el que, con presencia de Joan Miró, el consistorio de Mont-roig, venciendo un notable pasado carlistón, le dio su nombre a la plaza principal del pueblo en sustitución de la de “Generalísimo Franco”, se insertan antes del final, en el que Miró recorre su magnífico taller (dibujado por su amigo Josep Lluís Sert) y, finalmente, dibuja a colores, en un cartón, el título de la película.
La Filmoteca ha mostrado su plan de, en la próxima tanda de su proyecto de restauración del “cine básico” catalán, incluir este documental. Una decisión que me resulta de lo más justa y apropiada.
Hasta entonces, el enlace a la copia actual:

“Iba corriendo, desde casa hasta la playa”



Se le ve explicando cosas de Mont-roig a gusto.


Mientras suena Raimon, dibujando el título del cortometraje. 

lunes, 28 de agosto de 2023

Nam June Paik: Moon is the Oldest TV




Ahora tenemos a Hong Sang soo, que se ha hecho familiar por Occidente, pero hace un tiempo el único nombre coreano que sonaba en el ámbito artístico era el de Nam June Paik.
Cuando se empezó a hablar por aquí de vídeo-instalaciones, siempre estaba presente, pero es que antes estuvo en Fluxus y ahora, por este “Nam June Paik: Moon is the Oldest TV” ("Nam June Paik: El padre del videoarte", Amanda Kim, 2023; Movistar+) he sabido que si a los 24 años fue a vivir a Múnich, fue por haber oído en su país algo de Arnold Schoenberg, pues ya era un intérprete virtuoso que quería componer, y se le abrió un mundo.
Ciertas cosas suyas posteriores son ya más conocidas, pero el documental va muy bien para conocer, por ejemplo, su primer encuentro en 1958 con John Cage (quedó boquiabierto al verlo tecleando una máquina de escribir en una sala de conciertos), sobre sus orígenes familiares, su llegada a Nueva York, su descubrimiento, destripándola, de la televisión, etc.





 

domingo, 27 de agosto de 2023

Finestra Santos




En el repaso que estoy haciendo por aquí a los trabajos de Martí Rom como documentalista llego hoy a “Finestra Santos” (1982).
Son sólo 10 minutos, pero marcan un punto especial. Es el primer año que nos encargamos él y yo del Cineclub Associació d’Enginyers, tras la propuesta de relevo efectuada por su anterior responsable, Joaquim Romaguera. Aunque ya Romaguera se alejaba mucho del cineclub convencional, pues se dedicaba a explorar en cine cómico primitivo, el cine experimental o, en cualquier caso, programaba ciclos muy especiales, nosotros, provenientes del CCI de los años 70, el cineclub de la Escuela de Ingenieros, donde habíamos programado todo lo que se había hecho al margen del sistema (distribuido luego por la Central del Curt, del que Martí Rom era uno de sus máximos responsables), pero también mucho ciclo de cine clásico y comercial, viendo que la Filmoteca por un lado y los cines de Arte y Ensayo por otro ya cubrían muy bien la oferta en Barcelona, apostamos por no hacer sesiones periódicas, sino aprovechar el (muy reducido) presupuesto para concentrarlo en una única actividad anual, que presentase trabajos no necesariamente de cineastas, de artistas relacionados con el cine aunque sólo subterráneamente.
Ese primer año escogimos a Carles Santos, que a la sazón se había hecho esa pregunta, “Beethoven. Si tanco la tapa què passa?”, y había vuelto al piano (y a piezas vocales) tras un periodo de alejamiento durante todo ese proceso de cuestionamiento de la práctica artística que supuso el arte conceptual y, en su caso, como miembro del Grup de Treball, también de fuerte posicionamiento político.
Lo conocíamos, básicamente, en su papel de colaborador -no únicamente musical- de Pere Portabella y contactar con él fue como dar continuidad a todo lo previo.
Proyectamos en varias sesiones toda su producción como director. Uno de sus cortometrajes, “La-re-mi-la” (1979) se había llegado a exhibir en salas comerciales como acompañamiento, pero previamente tenía ya una larga serie de producciones independientes muy interesantes en blanco y negro y 16mm, que pueden ser considerados la mejor representación de la obra cinematográfica constatable del arte conceptual de por estos lares.
En una sesión presentamos esta “Finestra Santos”, rodado poco antes en un desnudo sótano de la Fundació Miró, que entonces se utilizaba, bajo el nombre de “Espai 13”, para presentar obra de nuevos artistas. Porque, al contrario que otros vídeos de la serie, éste no habla de la trayectoria artística de Carles Santos. Intentaba dar unas pinceladas que definieran su trabajo del momento.
Veo ahora de nuevo el equilibrio inestable de Llorenç Soler, sosteniendo el armatoste que eran entonces las cámaras de vídeo, subiéndose en la enclenque silla en la que está sentado Carles Santos mientras ejecuta una pieza suya al piano y me hago cruces pensando lo cerca que estuvieron ambos de caer rodando con todo el equipo por el suelo.
Unas cartulinas naranjas primorosamente rotuladas a base del Rotring de la época separan las tres partes de la pieza.
-En la primera se puede atender a una instalación en acción, con la lucha por la captación de la cámara de Soler de esa ejecución de la pieza musical, contra todos los obstáculos, por parte de Santos.
En la segunda podemos asistir a una pequeña emulación del tipo de trabajos conceptuales de entonces de Santos, del que queda constancia para la eternidad su sentido del humor, con esa “sintonía de las estaciones de RENFE”.
Por último, en la tercera, Carles Santos, en ese desnudo escenario, todo hormigón, nos ofrece una variación de su “Tocatico tocatá”, y da muestras, una vez más, de su tremenda energía.
El enlace: