Triunfadora en Cannes, me dicen que “Valor sentimental” (Joachim Trier, 2025; ayer en los Cinemes Girona) está teniendo un éxito crítico sin precedentes, mientras que una frase de su publicidad, creo que sacada de un medio británico, señala que estamos ante una obra trascendental del realizador. Me sabe mal no participar y seguir el baile, pero es que tengo la impresión de que se le ve mucho, o al menos yo le vi ayer, el plumero.
No es sólo el tema principal, esas historias de terribles conflictos familiares que afloran, sino ciertos acercamientos (con los tormentosos encuentros familiares y ese mundo del teatro y de la creación cinematográfica de trasfondo) y hasta guiños como que uno de los personajes de la función, ausente pero primordial, lleve por nombre ese siempre evocado por Bergman en vida (así se llamaba su madre) y en multitud de sus personajes de ficción: Karin.
La cosa alcanza niveles chuscos cuando una secuencia, ya bien entrada la película (que sigue la tendencia actual de ser larguilla) presenta, como si de cine experimental se tratase, un rostro del padre que se convierte en el de su hija, y el de ésta en el de su padre, y así sucesivamente. Una forma de explicar, por si no hubiera quedado claro, ese mimetismo de personalidad existente entre ambos, del que toda la película vista hasta entonces iba dando pistas más que suficientes.
Llegados a este punto, alguien debiera decir a Trier que los conflictos familiares existentes en Bergman tienen un peso bastante más fundamentado que lo que aquí aclara su película, pero que además nunca resultan lo ridículamente complacientes, para trasmitir un optimismo impostado con que se resuelve su película. Si uno sale de ver una buena película de Bergman feliz, creyendo en la humanidad, no es por el mensaje optimista con el que se resuelven sus historias, precisamente, sino por cómo ha sabido llegar al fondo de los sentimientos humanos.
Hay otro punto que no es que me haya enervado, pero sí me ha sorprendido. Se trata de darse cuenta como Trier (que presenta su narración de una forma cinematográfica que nunca acaba de convencerme, con planos cortos e inestables cuando el momento parecía pedir otros más largos y serenos, por ejemplo) fabrica planos “bonitos” únicamente para la galería, aunque resulten irracionales desde el punto de vista funcional. Dos planos de la película pueden representar perfectamente lo que digo:
-Uno (que cuelgo al haber encontrado su imagen en internet) presenta a padre e hija en un encuentro en una cafetería. Los vemos de perfil, confrontados el uno contra el otro, mirándose fijamente, apoyadas sus espaldas en unos sillones orejeras. Con su posición encuadran perfectamente el vidrio de la ventana que da al exterior. Todo muy espectacular, pero no he podido más que revolverme incómodo en mi butaca del cine, porque no hay quien se crea lo que figura que cuenta: él acaba de comer algo -y hasta se ve un plato con restos en la mesa- mientras que ella ha pedido un café. Pero es que tal como los vemos, sin acercar medio metro su butacón a la mesa, es imposible que él haya podido comer nada, y ella no podrá tampoco tomarse su café cuando se lo traigan, si no es haciendo equilibrios en largo recorrido con su taza.
-El otro plano, del que no he encontrado por internet su imagen, presenta a las dos actrices, de cine y teatro, en un plano muy resultón, una hablando frente a la otra con fondo de las butacas rojas de la platea de un teatro. Una butaca vacía intermedia las separa en tan extraña posición.
En ambos casos Joachim Trier ha sacrificado la verosimilitud a la estética.
Puedo seguir con otras cosas que me han hecho pensar en impostura, frente a la aproximación visceral, nunca únicamente aparente, de un Bergman. Por ahí está ese solitario plano en blanco y negro para presentar una figura familiar antigua, esas performances teatrales presentadas con procedimientos que únicamente posibilita el cine, etc. Por no hablar de sus cortes y cambios entre escenas de diferentes épocas, simuladas filmadas o de historia “real”, con la ruptura “moderna” -reforzada con la música- totalmente impostada, de una escena anterior; la pretendida caracterización del padre como hombre hecho a las formas antiguas e incapaz de asumir los medios modernos, cuestión totalmente inverosímil en alguien que figura ser realizador cinematográfico en activo; la yuxtaposición de puntos de vista y narradores, incluida una llevando la voz en off; etc.
Bueno. Dicho todo esto, se ha de reconocer que la vi con interés (aunque mucho fue para ir detectando sus esfuerzos de emulación de trascendencia y su impostura) de principio al fin, y que la prefiero, pese a todo, a mucho de lo que se estrena actualmente.
El plano citado
En Deauville









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