miércoles, 13 de septiembre de 2017

Tengo veinte años



Tres jóvenes armados hacen la ronda por la ciudad, a primera hora de la mañana. Se alejan de la cámara, siguiendo el borde del río, hasta un viaducto. A continuación por ese viaducto pasa un tren, y vemos venir a los que parecen los tres jóvenes anteriores, pero al acercarse nos damos cuenta de que ahora van de civil, y uno de los tres es una chica. De la guerra hemos pasado a la postguerra, o del servicio militar a la vida civil sólo con las imágenes. El protagonista es uno de ellos, que se reincorpora al trabajo tras el servicio militar, sale con sus dos amigos, conoce a sus mujeres y alimenta sus dudas ante el porvenir.

Es sólo el principio de las tres horas y cuarto de "Tengo veinte años" (Marlen Khutsiev, 1964), una de las películas que, llegadas a Occidente, hablaron de un cierto deshielo del mundo soviético, que dejaba cuestionarse la tristeza integral de la vida en sus ciudades (esas viviendas compartidas por varias familias aparecen en varias escenas), al tiempo que hablaba de unas preocupaciones muy similares a las que reflejaban por ese tiempo los nuevos cines europeos.

Escenas de masas, en un espléndido blanco y negro, hermosos paseos reflexivos de madrugada por las calles de la ciudad, se combinan con un recital de poesía en la politécnica con la participación de Evtushenko. Fiestas populares del primero de mayo o fiestas particulares de los modernos, con sonido de jazz, se confrontan con un homenaje a los muchos padres de estos jóvenes muertos en la guerra, o a esas humildes patatas que salvaron a tanto ruso de morir de hambre. Una película que marca una época.


Explico para acabar uno de los hallazgos visuales y sonoros (la banda sonora, con el ruido de pasos inicial, está muy trabajada) de los que está trufada la película: El protagonista está enfermo, en su cama (que ocupa el centro de la sala de estar). Le pide a su hermana que cierre el grifo del fregadero, que gotea. Como ella se pone antes a hablar por teléfono, se levanta refunfuñando a hacerlo él mismo, pero ve que el grifo está bien cerrado. Nota entonces que el goteo -que se acelera- viene de fuera. Es el hielo de los tejados, que empieza a derretirse. Pocas veces he visto en cine una forma más original de señalar la llegada de la primavera.
(Ha pasado hoy por la Filmoteca...)

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