miércoles, 6 de septiembre de 2017

La bella molinera


Hoy, sobre las 14h, el espectáculo -que no calificaré aquí-, estaba en el Parlament, y lo retransmitía la televisión. Poco después se aplazaba hasta más tarde, pero al volver a conectar, el espectáculo había cambiado por completo, para pasar a ser una representación muy formal y ordenada: Se levantaba una chica, leía un papelito informando de que la crisis había afectado a la enseñanza, pero que se habían hecho buenas cosas, y preguntaba que qué tal se esperaba el curso. Le daban la palabra a la Consellera d'Ensenyament, que volvía a decir más o menos lo mismo y acababa con que se esperaba un curso glorioso, que era lo que se necesitaba. Luego otra chica a la que le daban el turno nos decía a todos que ICAT, la emisora cultural de radio catalana, se había apagado por las ondas debido a las restricciones de gastos, pero que había resistido varios años subterráneamente, en internet y en una aplicación para móviles y ahora iba a volver de nuevo a las ondas. De hecho, no sé muy bien que le preguntaba al Conseller de Cultura que a su vez, cuando le daban el turno, venía a decir lo mismo, y que iría muy bien para la Cultura y todo eso.
Así las cosas, he apagado el televisor, y he ido a la Filmoteca, para ver "La bella molinera" (1949), aunque no es, ni de lejos, una de las más reconocidas películas de Marcel Pagnol, que son -creo- las anteriores a la guerra.
Al principio me he ilusionado, porque daba toda la impresión de que nos iban a ofrecer una especie de "Si Versailles m'était conté" (Sacha Guitry, 1954), cambiando el repaso histórico acerca de los reyes que habitaron el palacio por las trifulcas entre los músicos e intelectuales alemanes de la época de Schubert, de quien aparece un retrato que se convierte en un actor de carne y hueso nada más empezar la película, entristecido y dudoso de su futuro al leer una carta de Goethe en la que éste le dice que su obra le ha parecido compuesta por un niño.
Pero resulta que Schubert se va entonces en busca de arroyos y molinos como fuente de inspiración para su música y eso da ocasión a una serie de planos campestres de lucimiento del nuevo sistema de fotografía en color Rouxcolor -auténticamente francés- que se dice empleado por primera vez en este film. Aparece la típica escena en que ve a la hija del molinero (interpretada por la joven nueva mujer de Pagnol) bañándose en el río, y se queda ahí para cortejarla. Hete aquí que los planos generales y nocturnos demuestran que el Rouxcolor se ha deteriorado con el tiempo, pese a la restauración efectuada, provocando una cierta distorsión de la imagen. Y hete aquí también que la película se convierte entonces en una comedia musical romántica -un género que nunca me ha atraído- en la que el bueno de Schubert no hace más que componer y cantar cancionillas, pese al giro hacia fábula moral del final.
A la salida la gente, que ha ido mayormente por Schubert en vez de por Pagnol como yo, se ha lamentado de que las canciones fueran en francés y no en alemán -la verdad es que quedaba un poco raro- y de que no fuera la grabación del Deutsche Gramophon de "La bella molinera" de no sé qué músicos de postín, dirigidos por no sé qué virtuoso. Y aquí enlazamos con el principio en el Parlament. Que posiblemente se esperase una grabación irreprochable, y surge en cambio otra cosa que, a su lado, ha perdido todo tipo de nobleza.





 

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