jueves, 20 de abril de 2017

Maison de danse

Ninguna del interesante Cadaqués -o lo que sea- andalúz, y todas de los decorados de interiores. Pero es que no se encuentran otras por la red.

Rareza anoche la de la Filmoteca. Cuatro gatos para ver la película del ciclo de Maurice Tourneur, aunque quizás fuera porque la gente había ido a ver la supuesta remontada del Barça después de haber perdido de lo lindo la semana anterior. También podría ser porque se supiera que “Maison de danse” (1931) no es precisamente una película por la que su director quedará registrado en la historia del cine, aunque no creo, porque suena a muy desconocida por estos lares.
Aquí mas que la divertida y atractiva Gaby Morlay uno diría que han dibujado a una gitana de esas de feria, pero no se encuentran fotogramas de la película -que no aparece tampoco en Filmaffinity- que acerquen la impresión.

Su grueso lo conforma una trama más bien cansina, de celos por una primeriza aunque desenvuelta bailarina andaluza sometida a un contrato draconiano en una “casa de baile” de decorado, digna de la peor “españolada”. Con un Charles Vanel aireando y empleando toda su fuerza bruta, y descorcentantes saltos de luz y ambiente muy notables entre un plano u otro, no sé si achacables a Tourneur hijo (Jacques), que aquí firma el montaje.
A la izquierda, el Charles Vanel que hace de bruto dueño de la casa de baile y se pirra por la muchacha, pese a las advertencias de "su mamá". Le basta con mostrar su corpulencia.

Pero previamente ha brillado con fuerza la sorpresa. Eran unas notas pictoralistas, nada más empezar, con la gente de un pueblo de pescadores que yo diría que era Cadaqués, pero a la sazón representando algo así como Cádiz: Mujeres con caracolillo en el pelo, paisanos tocando el organillo, pero sobre todo un carrussel de escenas evidenciando la hora de la siesta: El que acarrea en una cesta el pescado y quien lleva una amplia canasta de fruta se quedan dormidos, mientras un gato y un burro hacen su agosto con la mercancía. Ella -sorprendentemente para la época- tumbada desnuda –indolente- en la cama haciendo la siesta y luego, al reemprenderse la actividad, todo el mundo anunciando su mercancía a grito pelado. Suena raro, entonces, en unos espacios tan “ambientados” como andaluces, cuando rompen a hablar en francés. Aunque ella se llame Estrella y ellos Ramón, Benito o Luisito.

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