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Los ensayos, filmados para un supuesto documental por André Labarthe.
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Había que ir hoy con un espíritu especial a la Filmoteca a ver “L’amour fou” (Jacques Rivette, 1969), sobre todo pensando que se iba a asistir a más de cuatro horas de proyección y sin una mísera pausa no ya para tomar un bocado que hiciera las veces de cena, sino como mínimo para una más que necesaria descarga fisiológica.
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El apartamento, chic, pero desordenado.
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Los títulos de crédito iniciales vienen acompañados en su banda sonora por unos diríase que rezos esotéricos, como de secta. Pero no, en esta ocasión la película de Rivette no va sobre nada de eso de conspiraciones, o grupos extraños, a no ser que el grupo extraño sea uno de teatro, en sus apretados ensayos durante tres semanas para poner en escena una versión de la “Andrómaca” de Racine.
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Espejos en varias escenas, hasta uno final, de tesis.
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Está filmada en blanco y negro, con un notorio aire underground, y rodando los repetidos ensayos aparece André Labarthe, sus teóricos resultados de la ficción (unos planos más cortos de los actores, con ese grano tan característico del 16mm inflado a 35mm) incorporados en el metraje. Arranca con este film ese conjunto de obras tan años 70 (caso de “La maman et la putain”) con personajes que han dejado atrás la vestimenta tradicional hasta entonces, lucen pelo largo, calzan botas y hacen vida en un apartamento chic pero desordenado, en buena parte por su suelo de tarima. Un apartamento, por cierto, que, pescado en un momento en que precisaba de renovación, bien podría haber pertenecido al propio Rivette (no en vano se veían desde el mismo esos tejados parisinos tan de su gusto, y hasta me ha parecido reconocer a su cafetería habitual).
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Tejados de Rivette. |
El amour fou del título puede ser el de esa actriz (Bulle Ogier) que a las primeras de cambio abandona los ensayos para poco a poco -encerrada en el apartamento o yendo por ahí pero dándole vueltas a la cabeza-, entrar en una espiral de celos y locura con respecto a su pareja, el director de la obra. Y el del mismo director de escena –y Rivette- por ella y por el mismo teatro, protagonista absoluto de la sesión. Viendo esos pequeños avances paulatinos, sembrados de dudas, en los ensayos de la obra, se cuelan de tanto en tanto reflexiones muy acertadas sobre el teatro en general y sobre ese proceso en particular. Una que me ha quedado clara: la dificultad del momento en el que, ya bastante asumido todo el texto por los actores, hay que irles dando movimiento que no lo contradiga.
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