Si alguien tan apasionado por el jazz o el cine te invita a ver sus explicaciones sobre uno u otro, debes correr a aceptar su invitación. Éste ha sido el caso hoy de Bertrand Tavernier, que presentaba en la Filmoteca su “Voyage à travers le cinéma français” (2016).
Como le ha comentado a Esteve Riambau en su presentación de la sesión, tras hacer mención de lo contento que estaba de volver a la ciudad del “Homenaje a Cataluña” de Orwell y de Manuel Vazquez Montalbán (de quien intentó sin éxito -ha revelado- emular una receta), su película no es una historia del cine francés, sino un relato en forma de film de ficción sobre films franceses de SU historia del cine, e incluso muchas de sus más admiradas películas (de Max Ophuls, de Pagnol,…), que no cabían en ese relato, se han quedado fuera. Para hablar de las que no han entrado en estas tres horas y cuarto de metraje es para lo que ha preparado 8 episodios de 55 minutos, que también serán incompletos, porque por problemas presupuestarios se han quedado en la cuneta otros dos previstos y ya preparados.
En la presentación ha dejado caer unas cuantas cosas interesantes, valorando la figura de Jean Gabin, que huyó a Estados Unidos para no colaborar con la ocupación (esto y un canto a la resistencia me ha parecido que podría haber surgido para achacar las críticas que ha recibido recientemente por dedicar tantos esfuerzos a valorar el cine de la ocupación), deshaciendo equívocos sobre la Política de los Autores, o en esa interesante caracterización del músico de una película como el primer crítico suyo, pues es quien primero puede darse cuenta de si el montaje que le presentan para musicar no funciona.
Luego la proyección. Tres horas y cuarto es, quizás, una duración escesiva para una sola sesión, sobre todo si la sala Chomón en la que se proyectaba –la grande- estaba repleta, y el ambiente que se respiraba era muy caluroso. Y, sobre todo, si uno no venía preparado para ello. Pero ha arrancado de una forma magnífica, en el jardín de su casa familiar en Lyon, dando el tono personal que abarca todos sus mejores momentos. Viene a ser el de Tavernier un relato de su encuentro paulatino con el cine francés, y por eso las secuencias que van apareciendo no contienen ninguna película de la época muda, siendo en su mayoría del periódo que va desde la postguerra hasta los años 60, con sólo unas pocas derivaciones posteriores.
Ha lanzado entonces, de sopetón, una puya tremenda contra Jean Renoir, que me ha sorprendido. No contra su cine, según él “por el que se le perdona todo”, sino sobre su persona, y más concretamente sobre su intención colaboracionista con el régimen de Petain. Según él, el que fuera cineasta de la Unión Popular fue en 1940 a los Estados Unidos para convencer a los americanos de las bondades del régiimen de Petain… No lo sabía, y me parece que prefería seguir en la ignorancia al respecto.
Una cierta fatiga en la butaca tras la media hora dedicada a Jean Gabin me la he sacado de encima atendiendo a unos cuantos músicos de los films franceses. Emoción a raudales con el Maurice Jaubert de “L’Atalante”, “14 juillet” (A Paris, dans chaque faubourg…) u otras películas. También valorando el predominio de un instrumento musical concreto en películas como “Juegos prohibidos” (la guitarra de Yepes), “Touchez pas au Grisby” o “Ascenseur pour l’échafaud” (la trompeta de Miles Davis). O la utilización de la música clásica por parte de Bresson (“Un condamné a mort s’est échappé”). Para acabar –ya fuera toda pesadumbre anterior- con Joseph Kosma y sus canciones con Prévert de letrista. El colofón a esta magnífica sección de recuerdo de músicas del cine francés ha sido oír a Antoine Duhamel hablar regocijado de la buenísima utilización de marchas militares para películas antimilitares, como “La gran ilusión”.
A todas éstas ya debíamos estar por la mitad del metraje, que ha dedicado sus siguientes momentos a los films con Eddie Constantine (alguno de ellos muy influido por los espacios de Orson Welles) y a un cineasta que desconozco por completo, y que es posiblemente el gran descubrimiento de la cinta: Edmond T. Gréville. Habrá que buscar, desde luego, sus películas. Más adelante el protagonista ha sido Jean-Pierre Melville, con el que trabajó Tavernier un tiempo y que aparece ofreciendo su especificidad en el ambiente francés, en ocasiones resultando algo fantasma.
Claude Sautet será el que lleve a la película a su fin, pero antes ésta emprende un recorrido por las producidas por la sociedad Rome-París Film, de Georges de Beauregard. Eso permite, dada la vivacidad de esas películas con la frescura del “Adieu Philipine” de Rozier a la cabeza, o un bellísimo texto de Louis Aragon, emocionado por la visión de “Pierrot le Fou”, llegar relativamente sano a la hora de cierre de la sesión, prácticamente la medianoche.
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