Todos los que hemos asistido hoy a la Filmoteca a ver “No home movie” (Chantal Akerman, 2015) sabíamos que fue el último film de la cineasta, y que en él retrataba sus últimos encuentros con su madre, ésta ya en el umbral de su muerte. Partiendo de esa base, hemos empezado su visión buscando elementos que trasmitieran ese tipo de emociones, y nada más empezar vemos un plano (muy, pero muy) sostenido sobre un árbol bastante pelado, al que bate fuertemente el viento, pero resiste ahí, frente a un valle desértico…
La película es en sí, a partir de entonces, extremadamente sencilla. Chantal Akerman filma a su madre comiendo o deambulando por su casa de Bruselas, o bien planta su cámara delante suyo (en ocasiones dejando ver su propio perfil) haciéndola hablar directamente (o a través de Skype cuando ella se encuentra al otro lado del Atlántico) sobre sus recuerdos. De tanto en tanto, se pone la cámara al hombro, y atisba la vida que hay fuera de la verja de la casa, cogida de refilón, o, en picado, saca el jardín y, en él, una tumbona que hace ya tiempo que ha perdido su uso.
En dos o tres ocasiones, la cámara, desde una ventanilla de un coche que recorre una carretera, recoge el paisaje semidesértico del estilo del del plano inicial. Es evidente, o al menos así me lo parece, que ese paisaje es el de Israel. No en vano en las conversaciones con su madre Chantal le pregunta siempre sobre las costumbres judías seguidas o perdidas en su casa. Con esas otras escenas no deja de reconocer que ha recogido su herencia.
En otra escena, esta vez no en movimiento, aparecen las aguas de una orilla, danzando un poco al viento. Sobre ellas se proyecta precisamente la sombra de la cineasta. Yo diría que esas aguas son justo las del Mar Muerto.
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