La canción con la que se abre, durante sus títulos de crédito, “Oh, Canadá” (Paul Schrader, 2024, ahora en Movistar) te hace pensar que estás empezando un film norteamericano clásico, que cuenta asuntos de esos de fondo fuertemente moral.
Pero enseguida los cambios de actor para el mismo personaje (incluyendo al propio Richard Gere, quien moribundo se dispone a confesar su vida nunca confesada ante una cámara, que se introduce como personaje en el flashback del relato, sustituyendo insospechadamente al actor que hace su papel de joven), los cambios de punto de vista (el narrador en off se alterna, también sin avisar, entre el personaje de Gere y el de su hijo), la presencia tanto de flashbacks en color como en blanco y negro,… todo eso junto y revuelto, nos aleja de ese tipo de cine esperado.
Todos estos procedimientos, además de hablarnos de la dificultad de obtener un relato fidedigno a partir de una memoria personal, y mucho más si el cuerpo del narrador está ya recibiendo dosis de fentanillo, te lleva también, creo yo, a una película (que en cualquier caso cuenta, eso sí, mucho sobre la vejez, la enfermedad y todo lo que ésta altera, así como también sobre las buenas reputaciones, o la fotografía y la captación de imágenes en general), de esas que se querían rompedoras, que rompían su gramática para acercarse a unos tiempos ya cambiados, por allá los 70.
No la vi en cines cuando se estrenó, y me sabe mal no haberlo hecho, porque es del tipo de cine que me gusta ayudar a que se vea y circule, como antes, en salas.
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