sábado, 12 de julio de 2025

Jules et Jim

Tenía que colgar una imagen en la que apareciera el trío, esa propuesta que tanto escandalizaría en su momento. He escogido ésta, bastante inicial, en la que Catherine se ve ignorada en su papel de diosa.

Comprobar que aún queda bastante de esa idea inicial de utilizar cuadros de Picasso de diferentes épocas en los sucesivos decorados para ir datando (como de forma directa hacen también esos reportajes de noticieros) las sucesivas historias que va contando “Jules et Jim” (François Truffaut, 1962) fue uno de los objetivos -cumplidos- que me impuse para tener un aliciente y así vencer la pereza de anoche desplazarme a la Filmoteca para verla de nuevo.
No suelo ver repetidamente las películas, como tienen afición otros, y si ya he visto un film no suelo ir animosamente a repetir su visión. Y este lo he debido ver unas cuantas veces, y creía tener muy presentes todas y cada una de sus secuencias. Luego, claro, nunca es verdad, y compruebas que te gusta observar muchos detalles, que te sigues emocionando un montón ante escenas que tantas veces has visto, y que sales más contento que unas Pascuas de haberla visto de nuevo.
Vista, pues, la aparición como decoración de interiores de cuadros de Picasso coetáneos con el momento que se vive en el argumento. No le saco tanta punta, en cambio, a la eventual relación semántica de cada uno con lo que los protagonistas están viviendo, aunque es verdad que podría apreciarse a un Casagemas en un abrazo de amor loco que podría preconizar un suicidio por amor no correspondido, a unos cuantos arlequines que podrían corresponder a ciertos saltos emocionales de los protagonistas, o a una maternidad, apuntando a uno de los grandes temas de la película.
Cosas positivas (al final un par de negativas) que he apuntado al darme cuenta por vez primera (e intentando evitar repeticiones de lo que ya he dicho en otras ocasiones):
-El claro homenaje, emulando secuencias, a “Une partie de campagne”, de su amado Renoir, al inicio.
-¿Será Delerue, con su música, quien imprime el definitivo carácter de exaltación del amor a ciertas secuencias y te lo trasmite de todas todas? -me he preguntado.
-Me gustaría comprobar -aunque me da pereza hacerlo- si frases como las que escribe Jim en una de sus cartas (“te beso en los labios hasta herirlos”) proviene de Roché o más bien de Gruault/Truffaut, que seguirán con esta vena en otras películas posteriores.
-Sobre el deseo amoroso según Truffaut: en dos bajadas grupales en bicicleta vemos lo que claramente planos subjetivos de Jim, mirando obsesivamente la nuca de Catherine. Cuando por fin tiene vía libre hacia ella, lo primero que hace es… besarla en la nuca. Poco después le cuenta a ella esa debilidad por esa parte de su anatomía, y ella se la entrega, apartando de ahí sus cabellos. En una película que resultó en muchos ambientes tan escandalosa, resulta conmovedor el pudor que muestra Truffaut para señalar ciertas cosas.
-Constatación de que la divertida Thérèse (Marie Dubois) no sólo sabe hacer muy convincentemente la locomotora con un cigarrillo encendido, sino que también lo hace -¡y de qué forma!- hablando atropelladamente, juntando las palabras en una increíble aceleración continua.
-La observación apesadumbrada que le hace Jules a Jim tras contemplar en un noticiero cinematográfico las hogueras alimentadas con libros organizadas por los nazis: “Ahora, si empezamos a quemar libros…”, y su inmediata conexión temática de la acción con la película que quería hacer a continuación, “Fahrenheit 451”, aunque luego tuvo que aplazarla bastantes años por una serie de causas. Además, la escena es paradigmática, al ofrecer uno de esos emocionantes elementos de enlace que se pueden ir descubriendo entre los diferentes films del director, en los que una escena de uno acaba resultando el trailer de otro posterior.
Y como me he comprometido a explicar dos cosas que me producen extrañeza, en medio de tanta emoción, elementos para la reflexión y belleza, aquí las relato. Son dos tonterías, manías personales, y no llegan ni a bajar un milímetro la alta estimación que tengo por la película, pero ahí van.
-En “Les mistons” se confirmó esa regla que dice que siempre que se ve en una película a personajes jugando a tenis, los actores lo hacen no mal, sino horrible, y el director y los encargados del montaje no saben qué poner y qué descartar. Es algo que me obsesiona. En ésta, la otra bestia negra que me aparta de la aceptación, de la sensación de realidad de lo que estoy viendo, es la aparición de maletas teóricamente llenas: es rarísima la película en la que no hayan querido aliviar al actor del peso correspondiente y ésta no es una de esas: en cada escena en que aparecen maletas éstas se balancean diciéndonos que están en realidad completamente vacías. En una visión previa me desilusionó ver algún que otro vestido de época demasiado disfraz. En esta ocasión no es que no deje de ver un poco ridículos a Jules et Jim con sus trajes de boxeadores o con sus bañadores algo exageradamente de época, demasiado pintorescos, pero no he tenido tanto en general esa sensación.
-El otro pero. La época no estaba para el sonido directo, que habría estado mucho más cercano del espíritu de la Nouvelle Vague que el doblaje, que al menos a mí me resulta como una capa anterior, sobrepuesta a la pantalla. Una lástima. Eso ofrece, en contraposición, buenísimas dicciones, aunque nunca superan la de Míchel Subor haciendo de poético y algo fatalista narrador, siguiendo escrupulosamente a Henri-Pierre Roché.
Y lo dejo aquí, porque ya es la entrada demasiado larga. Dejo para otro momento, si acaso, una entrada explicando las cosas alrededor de la película que descubrí recientemente gracias al libro de Hennon.

Y unos cuantos de los fotogramas que he encontrado por internet con cuadros de Picasso. En éste, Thérèse (Marie Dubois), la locomotora, pasando ante el abrazo apasionado diría que de Casagemas con una mujer.

Jim y su acompañante borracho, midiendo el tiempo a base de vasos de vino tomados, en una escena cómica -aunque muy significativa- de la película, que quizás ligue con los arlequines del póster de atrás.

Jim regresa una vez más con Gilberte. En la pared, una maternidad parece indicar el tema que palpita una y otra vez en las relaciones amorosas.

Y por el final Jim presentando Gilberte a Jules ya como prometida formal.
 

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