En la Filmoteca programaron la sesión de “Vivement dimanche!” (François Truffaut, 1983)… para ayer domingo. Y viendo en su inicio a Fanny Ardant paseando decidida con su perrito, mientras suena la alegre tonadilla compuesta por Georges Delerue, uno queda realmente atrapado por el espíritu alegre y optimista que tuvieron un día los domingos por la mañana.
La rodó en blanco y negro con la intención de asemejarse al menos en su tono lo más posible a las películas norteamericanas del cine negro de los 40. Pensando en ésta y en “Tirez sur le pianiste” llego a la conclusión que en estas adaptaciones suyas estilo cine negro (otro caso diferente serian las basadas en Cornell Woolrich, en las que el interés es notoriamente otro), parece despreocuparse de la trama, e intenta mejorar la cosa con aceleraciones de ritmo y con un humor que cae bastante en farsa.
Mi teoría es que Truffaut tiró adelante la película (De Baecque y Toubiana dicen que estaba muy descontento con la adaptación que Jean Aurel, Suzanne Schiffman y él mismo hicieron de la novela) única y exclusivamente por y para Fanny Ardant, que protagoniza la mayoría de los planos, siendo ella la que va averiguando todo el intríngulis policiaco de la que resulta como ligera trama.
Y ciertamente allí está ella siempre, corriendo de un lado para otro o, como en la escena inicial, zancada firme, caminando rápida y segura, con sus zapatos de tacón ancho que vemos recorrer casi toda la filmografía de Truffaut haciendo resonar sus pasos, casi pudiendo pensarse entonces aquello que escribía Bertrand Morane: Las piernas de las mujeres son compases que recorren el globo terrestre en todos los sentidos, dándole su equilibrio y armonía”.
En una de las ocasiones Bárbara (F.A.) pasa a posta ida y vuelta ante un tragaluz del semisótano donde se esconde Julien (Trintignant), que se abstrae ante las piernas de mujeres que evolucionan en el cristal del tragaluz como si de una pantalla de cine se tratara. He ahí una de las semejanzas de la película con otras del cineasta, pues el recuerdo de “L’homme qui aimait les femmes” es inmediato. Un recuerdo que también acude a la mente precisamente cuando se oye la última declaración del asesino confeso, gritando su pasión por las mujeres.
Hay otros pequeños elementos que recuerdan cómo suelen estar tejidos los films de Truffaut, si bien no es desde luego su película que ande más trufada de ellos. Yo mencionaría la presencia de un par de acosadores de Bárbara, en este caso resolviéndose todo elegante y graciosamente; de su amigo Jean Louis Richard en un nuevo papel desagradable; la aparición de un cine, el Edén, en el que se proyecta “Paths of Glory” y se muestran otros carteles de películas; la aparición de una Torre Eiffel que tiene un papel material muy sólido; una reflexión sobre la diferencia entre la muerte por enfermedad y por homicidio marca de la casa; la demostración de una sorprendente mujer con una habilidad excepcional, que aquí es teclear una máquina de escribir con un sólo dedo, pero a una velocidad endiablada o la presencia activa de la prensa comarcal (Le Var): la película está rodada en Hyères, pero entiendo que en esta ocasión no se explicite porque, en realidad, casi todo está rodado en locales haciendo de decorados de estudio.
También un plano me ha remitido, aunque lejanamente, a otro de “La peau douce”. Estamos en el pasillo de un hotel, y se distingue algún par de zapatos, esperando ser limpiados por el servicio del establecimiento, junto a la puerta de algún huésped. El hecho de que en el momento de rodaje del film la costumbre ya estuviera totalmente erradicada supongo que les hizo sólo colocar algún par aislado y no atreverse a rellenarlo todo de zapatos a limpiar como era ostensible en la anterior.
Y hay otro momento que no puedo creer no haya significado nada para el director. Barbara conduce el coche de Julien por la noche bajo una potente lluvia. Llega a un cruce de caminos donde ve, entre la lluvia, un letrero que le indica su destino: “Aeropuerto de Niza”. La trama hace que no sea extraño verlo, pero no puedo dejar de pensar que lo puso ahí porque por su cabeza pasó el accidente de coche de Françoise Dorleac que iba con ese destino, que ya evocara en otro accidente en el mismo sitio en la trama de “La noche americana”. En esta ocasión, por suerte, no mata al personaje de Fanny Ardant, actriz con la que poco después va a tener su tercer hijo.
Un juego final, con los niños del coro de la iglesia jugando con el tapón del objetivo del fotógrafo, sirve para despedir de forma risueña, como toda la película, “Vivement Dimanche!”, volviendo a surgir la música de Georges Delerue y, ahora sí, los títulos de crédito. Y se acabó.
La de la Filmoteca habrá sido con toda seguridad la sala cinematográfica más repleta de público de ayer domingo. La retrospectiva de Truffaut ha ido atrayendo a gente, hasta llegar al lleno de ayer, aunque no sea con su película, para mí gusto, más destacada.
En cualquier caso, llega el sentimiento, de satisfacción y cierta nostalgia, que ya he tenido tras las retrospectivas de Pialat, Bergman y otros grandes cineastas que he seguido. Es esto de ir viendo, de poder ser por orden cronológico y en pantalla grande, toda la filmografía de un cineasta una experiencia magnífica. En el caso de Truffaut ya había visto todo lo proyectado, y varias veces, pero aún así, ese ir pasando de una a otra, jugando por acumulación, te ayuda un montón a descubrir muchas cosas y al final poder decir que conoces su cine.
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