miércoles, 30 de marzo de 2022

Mémoires d’un fils à papa


Mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, está situado en el Olimpo de los directores de documentales, por aquí se le considera un bicho raro, seguramente por lo poco vistas que han sido sus películas. De hecho, diría que la única que se ha estrenado por aquí es “Hotel Terminus”, que tiene cosas que me entusiasman… pero he visto en este libro recién leído (“Mémoires d’un fils à papa”, Calmann-Levy, 2014) que es una de sus películas a las que no tiene ninguna simpatía. Recuerdo haber visto adicionalmente casi sólo, en el Institut Français, la más monumental aún “Le chagrin et la pitié”. En la sesión -recuerdo ahora- me encontré con Francesc Vicens, que la había visto en Francia y repetía, entusiasmado, visión: me dijo divertido que era la única persona a la que pensaba encontrar ahí, pero de hecho era a él a quien le iba como anillo al dedo la película.
La justificación que da para haber escrito el libro es inapelable. Comenta que fue uno de los últimos amigos de François Truffaut en verlo con vida, ya muy enfermo, en su casa. Lo recibió en pijama, se rieron mucho recordando cosas y, para despedirlo, se levantó y le acompañó hasta la puerta. Su última frase fue para que le prometiera que escribiría sus memorias…
Son unas memorias extrañísimas. Como tenía previsto, en parte están hechas para ajustar cuentas con unos cuantos, con los que tiene frases de ensañamiento, sí bien el primero al que pone en la picota es a sí mismo.
En toda una primera parte habla mucho de sus padres, el gran Max Ophuls (Oppenheimer de nacimiento) y la mujer -antigua actriz- de éste. Esta parte es sumamente útil, sobre todo, para conocer la enorme cantidad de películas que Max Ophuls hizo, al margen de sus grandes obras por todos conocidas, en el periodo de su marcha de Alemania, cuando efectuó un retorcido itinerario por varios países europeos… hasta acabar en Estados Unidos.
Muestra su admiración por el cineasta y la persona que era su padre, pero no oculta cómo despilfarraba el dinero, arruinándose una y otra vez y sus numerosas aventuras amorosas. Claro que después hace lo mismo con su madre… y con si mismo, aún defendiendo a capa y espada a su mujer Regine.
Cuando en el libro ya no actúa como testigo de las actividades de su padre, sino de las suyas propias, te das cuenta de lo repleta que tubo siempre la agenda, entre amigos de su padre y propios, que le permitió trabajar para todas las televisiones del mundo occidental. Sus pugnas por conseguir el presupuesto necesario para cubrir sus ideas y luego para que fuera respetada por completo la obra realizada estuvieron a la orden del día.
Todo el libro parece estar escrito en dos momentos, sirviendo el segundo para rellenar cantidad de extensas notas (a veces más que la propia página a la que complementan información) en las que tanto aprovecha para relatar jocosamente el affaire que mantuvo durante seis semanas con su montadora como para hablar del sitio concreto en el que murió la Thatcher.
He ido a mirar por internet y Marcel Ophuls, que dice haber escrito el libro ayudado por su nieto a los 84 años, tiene ahora 94.


 

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