“Yi Yi” (2000) fue, creo, la única película de Edward Yang que se estrenó por aquí. Pudo dar a entender a los que la vieron entonces o más tarde, en algún pase posterior que hubo pese a su larguísima duración (cerca de tres horas) hasta en televisión, que realmente lo que se decía elogiosamente del cine de Taiwán tenía consistencia.
La plataforma Mubi dejó ver hace poco también su “Terrorist” (1988), confirmando las sospechas de encontrarnos ante un gran realizador.
En la extraordinaria tienda Potemkine de Paris compré recientemente, entre otros, el DVD de “A brighter summer day”, que he visto ahora, y la solidez de esta película no deja ya ninguna duda sobre la potencia del soplo de aire fresco -¡qué rabia que fuera tan efímero!- que supuso Edward Yang para el cine universal.
Ambientada alrededor de 1960 en la isla en la que se confinó la China Nacionalista tras la victoria de los comunistas en el continente, la película es un prodigio de realización. Pocas como ella juegan con el sonido, las acciones en segundo término, los elegantes movimientos de cámara, encuadres y excelente fotografía para retratar magistralmente un ambiente mientras nos ofrece un tenso relato.
Las tanquetas del ejército, los ejercicios prácticos militares, los ensordecedores sonidos de aviones, cruzándose, siempre presentes como fondo de las acciones de los protagonistas, nos habla de un tiempo con un miedo bélico total, mientras que sobre todo una larga secuencia posterior nos hablará de la losa que representó la dictadura que se estableció en la isla de Taiwán durante toda esa época, envuelta -como dejan ver escenas picoteadas por aquí y por ahí- en corruptelas institucionalizadas varias. El quizás protagonista máximo, Xiao S’ir, estudia en un colegio, por si no quedase ya todo suficientemente claro, en el que las actividades se desarrollan como si de un estamento militar se tratase, yendo todos los alumnos vestidos con uniformes militares.
Un letrero inicial nos explica que, preocupados por la gran amenaza bélica, sin olvidar su Shanghai o sus emplazamientos de origen, los padres de esa generación dejaron sin vigilancia a unos hijos, que, además de quedarse abducidos por la música y costumbres norteamericanos (el rock, el cine, los deportes, la ropa,…), se encuadraron en bandas rivales con consecuencias, en ocasiones, dramáticas. De eso va fundamentalmente la película servida de una forma tan cuidada.
Un acierto la compra del DVD, pues. Se trata de un conjunto de dos discos (para abarcar las cuatro horas que dura el film), el primero de ellos con el extra de una entrevista al que es seguramente el mayor defensor en Occidente del cine de Yang, Jean Michel Frodon, y el único inconveniente de disponer de unos subtítulos que traducen el percutante idioma original con un argot francés que me ha sumado en bastantes ocasiones en serias confusiones.
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