TV5Monde nos reservaba ayer una sorpresa. Pasaba "Eaux profondes", una película de 1981 de Michel Deville que creo que nunca llegó a nuestras salas. Siempre que pienso en Deville -cuyo cine, pese a su mala fama en Cahiers me suele resultar muy atractivo- recuerdo las divertidas escenas de transiciones no sé si de su "Péril en la demeure" (1985): La primera vez veíamos la transición completa: sonaba el teléfono, el protagonista lo descolgaba, tenía una pequeña conversación, iba al coche, lo ponía en marcha, hacía el recorrido completo, aparcaba, llamaba a la puerta de la casa a la que iba y le abrían. Sucesivamente, en momentos posteriores, se iban eliminando trozos de todo este proceso, hasta que por el final sonaba el teléfono y en el plano siguiente directamente le abrían la puerta.
En "Eaux profondes" sus transiciones no son tan matemáticas, pero también hay unas cuantas, casi siempre con un color como elemento de juego: en la primera él apremia a su hija, que está bañándose, porque llegarán tarde al colegio. Ella abandona la bañera -blanca- solicitando una toalla, hay un corte de plano y pasamos al coche -blanco- de él -camisa blanca- en marcha, para verlo en el plano siguiente parándose frente a la escuela. Casi inmediatamente hay otro más dinámico y significativo: ella le dice a él, su marido, que ha invitado a alguien a comer. Él le pide que no le diga a quién.
- Es, es... -pretende adivinar.
Corte de plano y se ve a ella, con un despampanantemente escotado vestido rojo (foto), que entra por la puerta de la cocina completando la frase:
- ¡Es Joel!l
Mientras ella va a buscar a Joel al jardín, la cámara nos deja ver el delantal -rojo- de él, que sigue trabajando en la cocina. Hay a continuación una escena en la que él ahuyenta discretamente al recién llegado, que cuando ella regresa a la acción, está excusándose, retirando su promesa de quedarse a comer. Es entonces cuando llega un encadenamiento de planos cortos, rápidos, marca de la casa Deville:
Ella acompaña a Joel fuera de la cocina, para despedirlo. La cámara baja del vestido rojo de ella a una silla donde él deposita su delantal -rojo- que se ha quitado. Corte y otro rojo aparece, el del vaso de Bloody Mary que ha colocado junto a su tablero de ajedrez, donde va a jugar una partida contra sí mismo.
Más adelante hay alguna otra combinación interesante:
- En una, una bola roja de crocket anuncia la llegada del coche -rojo- de ella.
- En otra, más elaborada, ella -de blanco- se desplaza en su coche -rojo- a casa de su posible futuro amante. Vemos al coche circulando en la distancia y, de repente, en primer plano, ya en la casa. Se corresponde con otra de poco después, en la que rota la armonía entre los dos, él -de blanco- abandona la casa en su coche -color claro-, que se ve circulando lejos y después parándose delante de la escuela.
Dejando al margen todas estas cosas, aunque en Deville, como pasa con las reacciones sorprendentes de sus personajes, no se pueden olvidar, la película arranca con una fiesta muy mal rodada (para contentar a los de Cahiers) en una casa particular que sirve para presentarnos a toda la colonia francesa de la isla de Jersey. Él, que se entretiene en varios momentos observando su terrarium lleno de caracoles, es Jean-Louis Tritignant, que da la apariencia de liberal para con las compañías de su mujer (Isabelle Huppert), pero que en realidad procura ahuyentarlas, y vaya si lo hace. Sólo diré que la película es una adaptación de una novela de Patricia Highsmith.