No pude ver en el ciclo de la Filmoteca "Le tempestaire" (Jean Epstein, 1947) y ahora un amigo me ha pasado un DVD que la contiene. Estoy de enhorabuena, porque vista un par de veces, una detrás de otra, me da la impresión que es algo serio, de una belleza inaudita, y que contiene las mejores cosas de Epstein, de las que a la vez se distancia. Sin ningún rastro de escenas inocentes o acartonadas, sugiero encarecidamente a los que apreciaron la poesía de los films bretones de Jean Epstein que se hagan con ella sin dilación.
Su inicio ya marca una diferencia, y muy notable, dada la fecha de su realización. En vez de panorámicas o captaciones fílmicas de la dura pero hermosa isla bretona donde está rodada, es una sucesión de imágenes fijas, cual fotografías, las que nos van traspasando unas cuantas pinceladas que la caracterizan. La marea baja que ha atrapado contra la arena a las barcas, unos pescadores mirando el mar, unas mujeres hilando con una rueca.
Sin ninguna locución por el medio, las escenas anteriores cobran vida. El viento empieza a soplar, mueve la colada tendida a secar y abre la puerta de la casa donde las mujeres hilaban. "Mal signo", comenta la joven, que aparta el visillo del ventanuco de la puerta y da pie, al verla desde fuera, a una de esas imágenes típicas de Epstein que tanta sensación causaron a lo largo de su ciclo. Su novio va a salir "a la sardina" pese al viento, y esto le causa un profundo resquemor a ella.
La noche se hace, el viento arrecia, y la luz del faro de la isla, recién prendida, ilumina periódicamente el rostro de la chica. La otra mujer, quizás su madre, le explica entonces la existencia antigua de un hombre que calmaba el viento y curaba la tormenta, y ella parte en busca de quien debe ser ya un anciano.
Entre el cuento o leyenda popular y el documental etnográfico oculto por los primeros, "le tempestaire" contiene secuencias de una belleza extraordinaria, a recordar siempre. El niño que aprende letras que va hacia el horizonte o corriendo hacia su casa o ella misma camino del faro o a la casa del “tempestero” rodeada de vegetación que se agita al viento, mientras una tenue música de fondo va acentuando la tensión, la fatalidad que amenaza; los novios paseando junto al acantilado; el oleaje rompiendo, cada vez más fuertemente, contra el acantilado.
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