La vigilante de una sala del museo dirige miradas cómplices al retrato de un hombre joven del siglo XVIII que, según ella, en seguida se ve que no tiene dinero. Hay complicidad. Ella, ahora ya con 70 años, antigua ingeniera de una central nuclear, está en su misma situación.
Ésta, o la de Olga (82 años, licenciada en arte que sufrió el largo asedio de Leningrado, perdiendo en dos días a toda su familia, y ahora cuida como hijos suyos los iconos que rescató en épocas intransigentes), o la del joven con piercings orgulloso de la categoría que le da ser uno de los 2000 empleados del museo, para cargar cuadros de un lado a otro), o… son historias de “The Hermitage Dwellers” (Aliona van der Horst, 2004), que se ha pasado hoy en la Filmoteca.
Hasta el en principio anodino elenco de damas (que por aquí estarían jubiladas hace muchos años) que se encuentran en un museo tan especial como ese da sorprendentemente para un emotivo documental que, como quien no quiere la cosa, sin salir del Hermitage, deja entender toda la historia rusa reciente.
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