Hacía mucho que no iba al cine (a una sala normal de cine, quiero decir). Quizás por esto la experiencia con “Las dos caras de enero” (Hossein Amini, 2014) me ha sabido como a rito antiguo. No es que la sala, como sorprendentemente le ha pasado a la señora de atrás, me haya resultado “muy mona”, pero sí que he entrado en la red tendida por el film, un film que yo diría que, hace no tanto, sería de esos que aguantarían mucho en cartel en un cine céntrico.
Tiene todos los ingredientes para ello. Se viaja (Atenas, Creta, Istanbul -incluso la bajada por el cementerio hacia la mezquita de Eyüp Sultan-), se repasan mitos clásicos (el fatal olvido de Teseo para con su padre como base argumental), se juega a los autobuses y sitios públicos con los protagonistas acosados por la policía típicos de Hitchcock,… Y, por qué no reconocerlo, presenta una trama cíclica –Patricia Highsmith voló alto en esta desconocida novela, que aún no sé por qué se llama así-, con padres a los que, en el fondo, les sabe mal decepcionar a sus hijos. Una trama de fondo que llega a hacer salir del cine –si te dejas- hasta un poco tocado emocionalmente.
Y, para reencontrarte con el rito antiguo del todo, puedes fijarte en esos detalles tontos en los que siempre te fijabas en las películas, haciéndote ver que no eran sino eso, sólo películas: Las maletas se nota a la legua que en el rodaje, para que los actores no sufran demasiado, estaban completamente vacías; para dar ambiente de época (1962) a un paraje urbano de Creta, algún sabio americano colocó, como atrezzo, una más que improbable Velosolex; en un café de la isla, para desayunar ofrecen al americano (en lo que parece, indudablemente, un chiste privado) nada menos que un Donut.
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