Ya nadie habla de André Delvaux. Ni de Mathieu Carriére, ni de Bulle Ogier. Algo más de Anna Karina. Y, sin embargo, todos ellos hicieron una película, “Rendez-vous à Bray” (A. Delvaux, 1971) que tuvo cierto nombre en el circuito de “Arte y Ensayo”, y causó una impresión enorme en un adolescente que ahora, 40 años después, situándola en su sitio, ha llegado a comprender alguna de las razones para ello.
Vista ahora no causa, desde luego, la impresión de entonces, pero se detecta y entiende su estructura cautivante en círculos hacia la noche, la cena de manjares perfectos, los efectos beneficiosos de un alcohol hasta entonces rechazado, la atractiva luz de un quinqué en la oscuridad, el vencimiento del deseo reprimido. Llena de flash-backs desde la acción en los devastados tiempos (1917) de una Europa en guerra, con la censura llenando de agujeros negros los periódicos, la luz del día trae la visión -anverso y reverso- de un espléndido árbol ya perfectamente anclado (que lleva a pensar inevitablemente en Isabel Núñez, precisamente en el aniversario de su muerte) y finalmente la constatación por su protagonista de una generosidad que le ha hecho crecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario