Se sale de ver “Abschied” (Robert Siodmak, 1930; la película que acompañaba ayer en la Filmoteca a “Melodía del mundo”, de Ruttmann) como de ciertas –buenas- obras de teatro con las que has pasado la sesión distrayéndote con detalles aislados, como la iluminación que provoca el foco en la pared del fondo, o cómo hace ver que cojea la protagonista, para luego, a la salida, ir recordando y viendo cómo casan todas las piezas –esas y otras- de la función.
Mientras ves la película te vas fijando en un contraste de luz; en cómo pasan, algo abruptamente, los planos; en el uso de la música, en ciertas figuras prototípicas de entre las de esa pensión de mala muerte de Berlín, y sales diciéndote que es una película curiosa, que no está mal, satisfecho de haber pescado una rareza.
Pero más adelante sigues recordando el ambiente de esa pensión y reconociendo que te ha ido diciendo mucho más de una situación que venga libros de historia. Deduces finalmente que no es casualidad que en cualquier escena en una de las habitaciones se distinga, de una u otra forma –a través de una puerta vidriada, de una música o conversación, de los gritos u otros sonidos que traspasan esas paredes que en el diálogo del film ya se señalan como “de papel”- la presencia de otros personajes en las habitaciones vecinas. Piensas en el acierto con el que están representados el personaje del adulador, de la cotilla, del vendedor que triunfa por subirse al carro de los nuevos aportes de la técnica –aspirador, frigorífico-; de ese pobre hombre que está siempre buscando encontrar algo que le permita pasar otro día y que finalmente se descubre con alma buena. Y concluyes que puede pasar como una película clave para conocer la Alemania del momento de su rodaje.
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