
Cuando viendo una película te encuentras en la pantalla con alguien llorando, si está bien articulada la cosa, si te crees realmente lo presentado y crees merecido ese llanto, entonces notas que una irritación profunda sube hacia los ojos, y te entran unas ganas fuertes de aflojar toda resistencia y liberar, tú también, el llanto.
Algo así me sucedió el otro día viendo Fragments of paradise (K.D. Davison, 2022), un documental sobre el cineasta Jonas Mekas (1922-2019).
Vayamos, antes de explicar las razones, por un poco de confesiones. Inicialmente me había pasado con las películas del cineasta lituano lo que me suele pasar con buena parte del cine de vanguardia: sentía una cierta curiosidad ante tanto consenso crítico, veía un poco, me cansaba de tanto movimiento constante de la imagen o de saltos bruscos de plano y ahí lo dejaba, manteniéndome posteriormente alejado prudentemente de sus propuestas.
Pero poco a poco fui viendo que sus películas no tenían nada de aparatosas demostraciones sin sentido para sorprender a sus espectadores, sino que eran sencillos y sinceros intentos de captar la belleza y los momentos de bienestar que le rodeaban.
Vi su lírica exposición en Reminiscencias de un viaje a Lituania (1972), con su regreso a su Lituania natal para ver allí a su madre, y su Correspondencia con José Luis Guerín (2011), brindando por nosotros en un bar neoyorquino ante una copa de vino tinto, y ya toda prevención estaba vencida. Últimamente he podido disfrutar, ratificando mi nueva idea sobre su cine, de películas como En el camino, de cuando en cuando, disfruté breves momentos de belleza, ya definitivamente en el carro de sus aduladores.
Así las cosas, acudí hace poco, digo, ante el televisor para ver el documental mencionado, que sigue el clásico esquema de ir alternando secuencias de sus películas y documentación variada con declaraciones de conocidos y famosos. Es un repaso de toda su vida partiendo de sus películas que no está nada mal…
Por el final, en la pantalla del televisor aparece una secuencia de típico cine familiar, si bien es verdad que dotado de las formas de Mekas. La protagonista de la secuencia es su nieta, una cría que acaba de descubrir los sones que puede sacar de una flauta y de una armónica.
La está viendo su hija Oona; su padre ha fallecido unos años antes. Previamente la hemos oído explicando que ella aparecía desde niña en esas películas que Jonas Mekas rodaba continuamente. Se acostumbró a la presencia de la cámara… hasta que, sobre los trece años, adolescente, se enfadó con él y le pidió que dejara de una puñetera vez de filmarla, prohibiéndoselo taxativamente.
Oona resume entonces para nosotros la esencia de todas esas tomas que hacía con su cámara su padre:
—Él los llama “fragmentos de paraíso”, y así lo he vivido yo. Por muy malos momentos que haya, hay pequeños momentos que…
No puede continuar, porque, tan fuerte ella, la emoción la embarga y estalla en llanto.
Y fue entonces, señoras y señores del jurado, cuando, solidarizándome con Oona, mis entrañas estuvieron a punto de dar un lindo espectáculo.
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