martes, 31 de enero de 2017

Werther

Anne Viarney

Rivette y Truffaut, en su conversacion con él, no le preguntaron a Max Ophuls por su “Werther” (1938): le confesaron que no la habían podido ver. El mismo Ophuls parece que no la tenía muy en consideración. Decía que obtuvo con ella el tema poético que estaba buscando para sus films en Francia, pero que metió la pata.
Con estos mimbres, temía que se tratase de una película acartonada, que únicamente siguiese fielmente la ópera, pero no lo es en absoluto. Con su elevación y luminosidad en los días felices de la pareja, su oscuridad y descenso lumínico hasta el drama final en su segunda parte, sus buenas composiciones y sus movimientos de cámara, diría que si Ophuls metió la pata quizás lo hiciera simplemente –y ahí en mi opinión sí, hasta el fondo- al escoger al actor que iba a representar al joven Werther, quien, para empezar, no era ni joven, mientras que quien alcanza el papel protagónico de verdad –de modo perfecto- en la función es Anne Vernay, la joven actriz suiza fallecida a los 19 años, quien en varios momentos de la película te hace recordar con su mirada un montón a la de la joven Ingrid Bergman.
En varios momentos creí estar viendo a una Ingrid Bergman joven.

En la presentación oficial de hoy no se ha hablado de Ophuls ni de cine, induciéndose básicamente al público de la Filmoteca a ir a las sesiones de la ópera que tienen lugar estos días en el Liceo. Ha debido ser Octavi Martí (quien previamente ha hecho una introducción al tema muy buena, de esas a que nos tiene acostumbrados: “Hace 250 años un fantasma recorría Europa: el suicidio de jóvenes que no iban a poder gozar nunca de los amores de sus amadas”) el que, a vuelapluma, nombrase mínimamente a Ophuls, diciendo que en la película había sabido recoger perfectamente todos esos sentimientos tan sentidos en esa época.
Pero la película tiene cosas, a mi entender, muy notorias. Empieza, antes de los títulos de crédito, con la pantalla a oscuras y sonando unas campanas… que luego sabremos que tendrán un papel protagónico. El suicidio de Werther está resuelto en off, sabiéndose de su muerte –como luego pasaba también en “Liebelei” y “Madame De…”- únicamente al oír un disparo. Hay unas escaleras en la casa de ella, que adquieren en un par de momentos un papel esencial. En uno de ellos la cámara se acerca suavemente hacia la chica, dando énfasis a lo fundamental que le va suponer la lectura del papel que lleva con ella. En otra ascensión, se la ve encerrada en la sombra de los barrotes de la barandilla. En una tercera, por el final, su marido está en la parte alta de la escalera, mientras a ella se la ve en picado, condenada y presionada en la planta de abajo.
En una de las escenas con escalera.

Una escena de la película te extraña, pues te remite al infumable cine del primer primer franquismo. Ella está en la iglesia, en un confesionario, mientras que un gran crucifijo, colgado en la pared, dirías que está contemplando y sentenciando moralmente sus actos. Pero Ophuls hace un racord en ese momento, convirtiendo al crucifijo que dirías acusador en el asesino por amor detenido en el vecino palacio de justicia. Se ha producido un giro total en el sentido de la escena.
Pero este “Werther” es sobre todo un film a seguir por su banda sonora: Las campanas del inicio prefiguraban las del carrillón con la canción que tarareaban los amantes que, en una escena que recuerda un poco aquellos momentos de locura visual de Jean Epstein, acosan moralmente, hasta el desmayo, a la heroína, quien más tarde ve que ese sonido le perseguirá eternamente.

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