“Pasolini: Cinema, passió i compromís”, se llamaba la mesa redonda. Y se ha hablado algo de cine pero, sobre todo en lo que respecta a algún ponente y a las discusiones finales entre ellos, Déu n’hi do, como decimos por aquí, la pasión y compromiso que se ha respirado. Vamos, que no ha sido poco lo derrochado. Y eso, desde mi punto de vista, está la mar de bien. La lástima, quizás, ha sido que todo ello se ha acumulado en los últimos minutos, cuando ya teníamos que desalojar el local, y la llama no ha podido propagarse y hacer prender la polémica entre el público, que se ha quedado sin su derecho a réplica o apoyo.
Se trataba de un acto del grupo Projecte Pasolini Barcelona, desarrollado esta tarde en el Instituto Italiano de Cultura de Barcelona. En la foto, Joan M. Minguet, Xavier Bassas, Pere Alberó –que moderaba- y Daniela Arónica.
Daniela Arónica ha extendido su discurso pintando a un Pasolini yendo a buscar un tiempo antiguo, que ya no es (La Trilogía de la vida) y alejándose a las periferias (“Apuntes para una película sobre la India” y “Apuntes para una Orestíada africana”), en cuanto vio que su mundo cercano ya no era ni iba a ser nunca lo que pensaba inicialmente que podía haber llegado a ser. Y se ha concentrado en “Medea”, un punto –ha comentado- de giro profundo.
Joan M. Minguet me ha hecho constatar una doble derrota evocando a Ricard Salvat, quien le comentaba que ya no podía explicar a sus alumnos las tragedias griegas a través de Pasolini, porque los jóvenes ya no veían las películas de Pasolini. Ha acabado, atento a lo del compromiso, mirando a nuestra más cercana sociedad, hablando, no con gran simpatía, de una serie de gente de esa que se ve que “cuenta” por aquí, y que tranquilamente explica que lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice.
Por último Xavier Bassas ha pintado, primero comedidamente, un Pasolini más que otra cosa “indisciplinado”, y ha valorado el efecto político, pero de verdad, de sus películas, que no tienen la lectura demasiado directa, en ocasiones victimista, de cierto cine neorrealista, sino un efecto subversivo, complejo, lleno de contradicciones. Pero tras esto se ha ido excitando y ha entrado en lo que ha llamado una rápida improvisación jazzística, siempre siguiendo fielmente a Rancière (como, de algún modo, le ha afeado Minguet), contra los aspectos que le molestaban de Pasolini, incluida la ostentación de su gusto por los jóvenes de cogotes rapaditos. Además, pensando en los posibles excluidos, viendo el clima soberanista que reina por aquí, todos a una, hasta ha finalizado su turno pidiendo encarecidamente que no se deje de mirar dialécticamente nunca a la sociedad catalana.
Lo dicho: quizás no demasiado sobre cine (aunque se ha hablado entre otras cosas de los planos secuencia y de los primeros planos de los rostros en Pasolini), pero “Déu n’hi do” cuanto compromiso personal –soltándolo- y pasión. Muy bien, pues.
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