sábado, 13 de diciembre de 2025

Einsenstein en el siglo XXI


Un correo electrónico que acabo de recibir me ha llenado de emoción.
He constatado que unas no negaré que desesperantemente laboriosas y cansadas expediciones, efectuadas este verano en busca de de un tesoro variable, mal definido y por tanto esquivo, han tenido finalmente un fruto increíblemente superior al nunca por mí pensado, que era simplemente ofrecer lectura y actividad intelectual a un amigo, Josep Torrell, que pedía materiales que le faltaban para sus trabajos, estando él impedido para localizarlos por sí mismo.
Pero dejemos eso, y centrémonos en el sorprendente resultado que acabo de ver, que enlazo al final.
Josep Torrell, de la misma forma que no tengo dudas en suponer que es el máximo conocedor por estos pagos de la obra de Pier Paolo Pasolini, demuestra ahora, en el artículo enlazado que acaba de aparecer, que es así mismo el gran conocedor de por aquí de Eisenstein, al que con una pasión y constancia bárbaras se ha ido aproximando toda su vida, logrando vencer inconvenientes ante los que habríamos sucumbido todos. ¿Alguien se puede imaginar, pongamos por caso, viajando sin conocimientos del idioma, a rastrear archivos fílmicos soviéticos, y tragándose toda película con la que se encuentrase, aunque sólo dispusiera de las desconocidos voces rusas o de extraños caracteres cirílicos? Porque hizo eso en su día.
Pero no se trata de hazañas de este tipo únicamente. En los últimos años se ha empeñado en descifrar, en toda la amplitud de la palabra,la obra de Eisenstein, y no se ha contentado con ver lo que depara toda la bibliografía existente, sino que, primeramente ha situado perfectamente las circunstancias particulares de ejecución de cada una de las obras de esa bibliografía, para luego, con una concentración loable, leer párrafo a párrafo sus páginas, confrontarlos con sus otras versiones y, a su vez, con las películas disponibles. Todo ello, lo puedo asegurar, mediante un empeño y esfuerzo que nos dejaría a todos asombrados de saber cómo y en qué condiciones se ha llevado a cabo.
El resumen de sus hallazgos lo publica ahora la revista EspaiMarx, he de interpretar que también gracias al esfuerzo adicional de Xavier Pedrol, a quien menciona Torrell como puente imprescindible para dar la completa claridad de lo que puede leerse.
Es un gozo de artículo que habla de los muros con los que en ocasiones se topa la lectura de ciertos textos, de la incidencia, debilidades y en ocasiones tergiversaciones de las traducciones, y de la necesidad de no dar nunca por perdida la ilusión de entender aquello que por las circunstancias, que no por deseo de su autor, se ha hecho y admitido como opaco.
Sostiene Torrell, y yo me lo creo a pies juntillas, que si las obras teóricas de Eisenstein nos resultan a veces tan difícilmente comprensibles, de forma que ya todos las admiten así, eso tiene sus razones, y no hay que abdicar de querer llegar a su claridad original, y a su intención primera, que además contenía una idea social que ahora, en nuestros días, aparece casi enterrada.
Un canto al esfuerzo investigador, al trabajo del buen traductor, a la emoción del trabajo intelectual bien hecho.


 

lunes, 8 de diciembre de 2025

François Truffaut. Correspondance avec des cinéastes. 1954-1984


Anoche cerré definitivamente (bueno:en espera de abrirlo esporádicamente para alguna consulta específica)“François Truffaut. Correspondance avec des cinéastes. 1954-1984” (Gallimard, 2025), que había estado leyendo de forma poco fiel, con pausas.
Lo hice con cierta tristeza asediándome pues, como es natural, las últimas cartas recogidas dan cuenta de su operación, falsa recuperación… y recaída fatal.
Como todo libro recopilación de correspondencia, que no ha hecho ascos del tipo de director con el que ha sido intercambiada, es éste un libro irregular en cuanto a su interés, pues va desde la comunicación telegráfica a efectos de acordar una cita o la escueta y educada nota de felicitación (escrita o recibida) por una nueva obra vista a otras de mayor calado, que dejan entrever bastante bien la personalidad del cineasta y sus principales preocupaciones.
El trabajo llevado a cabo por su editor -Bernard Bastide- se ve enorme. Además de su introducción, en la que configura una especie de biografía de Truffaut que le sirve para orientar por donde se mueven el tipo de cartas que se recopilarán en el volumen, ya sea estando él de emisor o de receptor, Bastide es autor de las pormenorizadas notas a pie de página, que he al mismo tiempo elogiado (como explicativas de quién es todo bicho viviente que aparece mencionado por su nombre y apellidos, solo uno de los dos o incluso únicamente su apodo o nombre en clave en la correspondencia y, sobre todo de su relación -documentada- con Truffaut) y criticado (por lo numerosísimas que son -lo que hace interrumpir cada dos por tres la lectura, siendo tanto para precisiones simplemente documentales como para aclaraciones absolutamente necesarias- y, principalmente, por su microscópico tipo de letra, no apto para ojos ya en etapa de completo retroceso).
¿De qué informan las cartas intercambiadas entre Truffaut y una larga serie de directores recopiladas en el volumen? Para mí lo más destacable reside en:
-Las muy serias cartas que le escriben -sobre todo inicialmente- aquellos directores que recibieron sus dardos como crítico, sobre todo , de “Arts”, reprobándoselo. Al final también hay cartas muy educadas y meditadas que Truffaut escribe a alguno de ellos que siguen denigrándolo en entrevistas o escritos, admitiendo su posible exceso juvenil ante alguna película, pero también documentando que no fue así con todas las suyas.
-Ver el progresivo distanciamiento vital (enemistad en el caso de Godard, con quien acaba intercambiándose unas cartas explosivas) con sus antiguos compañeros de la Nouvelle Vague.
-La cantidad de jóvenes directores que se dirigen a él para ver si apadrina -sobre todo como productor- sus films. Casi siempre reciben respuesta, llena de sinceridad (en ocasiones algo ruda-, consejos… y muchas negativas razonadas.
-Hay dos cartas de dos veinteañeros que se salen de ese último esquema. Son las de Leos Carax (que sólo había realizado hasta entonces un par de cortometrajes) y de Fernando Trueba (a la sazón ya crítico de Él País, pese a sus 22 años). Ambos escriben unas largas cartas, propias de adolescentes, llenas de elogios desmedidos, para hacerle ver que se conocen su filmografía y gustos cinematográficos al dedillo, y buscando a la desesperada que les abra las puertas para conocerse y hacerles una entrevista. Si bien parece que Truffaut quiso facilitar el encuentro que pedían, éste nunca se llevó a término.
-La densa correspondencia intercambiada con su medio hermano Marcel Ophuls, siendo las extensas varias de las últimas cartas de éste intentos de sumar a Truffaut a la firma de alguna protesta o propuesta colectiva, algo que rehuía siempre, molesto por las imprecisiones, Truffaut.
-La adoración mostrada por Truffaut (siempre correspondida) con cineastas mayores (Rossellini, Hitchcock, Renoir) que en buena medida ejercieron con él de padres. En este sentido es enternecedora la correspondencia con un Jean Renoir haciéndose viejo a ojos vista y su mujer, procurando pasarles información de todo lo que les atañía y podría hacerlos felices, facilitando la edición de sus libros de última hora, organizando continuos viajes a Los Ángeles para verlos al finalizar sus rodajes, etc.

 

domingo, 7 de diciembre de 2025

El expreso de Andalucía



Diversas fuentes muy fiables me habían hablado siempre muy bien de “El expreso de Andalucía” (Francisco Rovira Beleta, 1956) y, aprovechando que Movistar ha añadido dos canales adicionales con películas del acaparador de la casi totalidad del cine español, la he podido ver y comprobar su singular solidez.
En este caso es Madrid, y no Barcelona, la ciudad que sirve de muy bien captado escenario inicial. Los personajes desfilan, preparando su plan, por Correos, el Rastro, el Viaducto, cafes varios, frontones, teatros, barrios pobres hacinados, arrabales con viviendas nuevas en construcción, terrenos ferroviarios (por donde creo que Victor Érice filmó su trabajo para la EOC “Los días perdidos”)…y estaciones de tren desde las que sale el exprés del título.
Después de los hechos -delictivos- del tren, seguirán esos y otros escenarios madrileñas que suponen un retrato magnífico de la época, a la vez que se va resolviendo una tensión de cine negro que tiene pocos paralelos por aquí, si no es el grupo de películas de cine negro barcelonés de esa misma época.
Jorge Mistral de malo de la función, Carlos Casaravilla como “comerciante” sin escrúpulos, Vicente Parra como estudiante faltón de clases que se mete tontamente en berenjenales inapropiados, Antonio Casas como comisario y la vedette italiana Mara Berni (Yolanda Ríos: casi la Irene Rios de “El Sur”: otra vez Érice…), y muchos más que no desmerecen, cubren muy bien todo el reparto.













 

Ya he muerto tres veces


Filmin ha colgado una auténtica “rara avis”. Se trata de “Ya he muerto tres veces” (Maxence Vassilyevitsch, 2025).
Sigue, de un amanecer hasta el siguiente anochecer, dicen que con un equipo mínimo (el realizador y su mujer) a Jacques Nolot, un actor francés que ha intervenido en cantidad de films independientes, y realizado también sus propias películas.
Lo vemos, a sus 80 años, levantarse, desayunar… y empezar un pausado relato repasando ciertos momentos de su vida: cómo un amante al que había alojado -recién salido de la prisión- en su apartamento le había robado los cuadros de valor que tenía, cómo fue que hizo de gigoló por primera vez (fue amante de Roland Barthes) y, a partir de ahí, pasó a prostituirse de forma continua.
Más de la mitad del metraje lo vemos en su apartamento, compuesto de chambres de bonne reformadas, para luego acompañarlo en su coche, él siguiendo su relato, por el Bois de Bologne, donde busca, en lucha con la memoria, los sitios que solía frecuentar.

Extremadamente sencillo, sin aparente intervención decisiva del realizador (que va registrando lo que viene a ser un monólogo, que se dice a sí mismo Nolot) es, posiblemente, sobre todo, una película sobre la lucha que supone a su edad cada artilugio de la modernidad y la terrible soledad a la que lleva la vejez. 

sábado, 6 de diciembre de 2025

Valor sentimental


Triunfadora en Cannes, me dicen que “Valor sentimental” (Joachim Trier, 2025; ayer en los Cinemes Girona) está teniendo un éxito crítico sin precedentes, mientras que una frase de su publicidad, creo que sacada de un medio británico, señala que estamos ante una obra trascendental del realizador. Me sabe mal no participar y seguir el baile, pero es que tengo la impresión de que se le ve mucho, o al menos yo le vi ayer, el plumero.
Tengo para mí claro que Trier ha querido hacer un Bergman, o por lo menos ha tenido en el realizador sueco -es verdad que también muy ligado al teatro noruego- un potente modelo.
No es sólo el tema principal, esas historias de terribles conflictos familiares que afloran, sino ciertos acercamientos (con los tormentosos encuentros familiares y ese mundo del teatro y de la creación cinematográfica de trasfondo) y hasta guiños como que uno de los personajes de la función, ausente pero primordial, lleve por nombre ese siempre evocado por Bergman en vida (así se llamaba su madre) y en multitud de sus personajes de ficción: Karin.
La cosa alcanza niveles chuscos cuando una secuencia, ya bien entrada la película (que sigue la tendencia actual de ser larguilla) presenta, como si de cine experimental se tratase, un rostro del padre que se convierte en el de su hija, y el de ésta en el de su padre, y así sucesivamente. Una forma de explicar, por si no hubiera quedado claro, ese mimetismo de personalidad existente entre ambos, del que toda la película vista hasta entonces iba dando pistas más que suficientes.
Llegados a este punto, alguien debiera decir a Trier que los conflictos familiares existentes en Bergman tienen un peso bastante más fundamentado que lo que aquí aclara su película, pero que además nunca resultan lo ridículamente complacientes, para trasmitir un optimismo impostado con que se resuelve su película. Si uno sale de ver una buena película de Bergman feliz, creyendo en la humanidad, no es por el mensaje optimista con el que se resuelven sus historias, precisamente, sino por cómo ha sabido llegar al fondo de los sentimientos humanos.
Hay otro punto que no es que me haya enervado, pero sí me ha sorprendido. Se trata de darse cuenta como Trier (que presenta su narración de una forma cinematográfica que nunca acaba de convencerme, con planos cortos e inestables cuando el momento parecía pedir otros más largos y serenos, por ejemplo) fabrica planos “bonitos” únicamente para la galería, aunque resulten irracionales desde el punto de vista funcional. Dos planos de la película pueden representar perfectamente lo que digo:
-Uno (que cuelgo al haber encontrado su imagen en internet) presenta a padre e hija en un encuentro en una cafetería. Los vemos de perfil, confrontados el uno contra el otro, mirándose fijamente, apoyadas sus espaldas en unos sillones orejeras. Con su posición encuadran perfectamente el vidrio de la ventana que da al exterior. Todo muy espectacular, pero no he podido más que revolverme incómodo en mi butaca del cine, porque no hay quien se crea lo que figura que cuenta: él acaba de comer algo -y hasta se ve un plato con restos en la mesa- mientras que ella ha pedido un café. Pero es que tal como los vemos, sin acercar medio metro su butacón a la mesa, es imposible que él haya podido comer nada, y ella no podrá tampoco tomarse su café cuando se lo traigan, si no es haciendo equilibrios en largo recorrido con su taza.
-El otro plano, del que no he encontrado por internet su imagen, presenta a las dos actrices, de cine y teatro, en un plano muy resultón, una hablando frente a la otra con fondo de las butacas rojas de la platea de un teatro. Una butaca vacía intermedia las separa en tan extraña posición.
En ambos casos Joachim Trier ha sacrificado la verosimilitud a la estética.
Puedo seguir con otras cosas que me han hecho pensar en impostura, frente a la aproximación visceral, nunca únicamente aparente, de un Bergman. Por ahí está ese solitario plano en blanco y negro para presentar una figura familiar antigua, esas performances teatrales presentadas con procedimientos que únicamente posibilita el cine, etc. Por no hablar de sus cortes y cambios entre escenas de diferentes épocas, simuladas filmadas o de historia “real”, con la ruptura “moderna” -reforzada con la música- totalmente impostada, de una escena anterior; la pretendida caracterización del padre como hombre hecho a las formas antiguas e incapaz de asumir los medios modernos, cuestión totalmente inverosímil en alguien que figura ser realizador cinematográfico en activo; la yuxtaposición de puntos de vista y narradores, incluida una llevando la voz en off; etc.
Bueno. Dicho todo esto, se ha de reconocer que la vi con interés (aunque mucho fue para ir detectando sus esfuerzos de emulación de trascendencia y su impostura) de principio al fin, y que la prefiero, pese a todo, a mucho de lo que se estrena actualmente.

El plano citado

En Deauville







 

martes, 2 de diciembre de 2025

María Aurelia Capmany parla d’Un lloc entre els morts’


Dudaba ayer tarde entre ir a dos sesiones de la Filmoteca. Una era de Germaine Dulac y la otra de Joaquín Jordá. Finalmente me decidí por esta última, porque “María Aurelia Capmany parla d’Un lloc entre els morts’”(1969) debe ser la única de las películas que hizo Jordá por aquí que no había visto nunca.
Pablo La Parra, aunque no anunciado, llegó de improviso para presentarnos a los cuatro gatos reunidos la película y el ciclo que dedican a Jordá, y procedió, por un lado, a contextualizar el momento de la trayectoria del cineasta en que se produjo y, por otro, los motivos por los que era una pieza rarísima de nuestro cine, explicitando que toda la información -y la misma película, pues la descubrieron ellos entre el fondo Durán depositado en la Filmoteca-, procedía de “los máximos conocedores de la Escuela de Barcelona, Esteve Riambau y Mirito Torreiro”.
Al llegar a casa lo comprobé leyendo la obra que dedicaron a historiar a los cineastas de la Escuela de Barcelona, como también vi que, resumido, era aproximadamente lo que nos había confesado que pasó Jordá en la entrevista que le efectuamos Martí Rom y yo para la monografía del Cineclub Associació d’Enginyers… cuyos detalles había olvidado por completo.
El momento en que surgió el rodaje es el de -casi enterrado el intento de ficciones de la Escuela de Barcelona- búsqueda de próceres y mecenas de la Cultura Catalana para ver de hacer con su ayuda económica adaptaciones literarias. Fracasado el proyecto de “Laura a la ciutat dels Morts” (como decía Jordà, con otro nombre, para no pagar derechos), vino el tanteo de hacer otro tanto con “Un lloc entre els morts”, por el que María Aurelia Capmany había ganado el Premi Sant Jordi.
Pero el proyecto también llegaba en un momento de transición entre sus producciones en 35mm… y el que sería su cine militante posterior en Italia. El caso es que Jordá propuso rodar en 16mm y blanco y negro una entrevista a la Capmany… que quería integrar de alguna manera en la película a rodar adaptando el libro, constituyendo así un mix entre ficción y ensayo como mucho más tarde elaboró para “Mones com la Becky”
Llegada la oportunidad de presentarlo en la gala de entrega del Premi d’honor de les Lletres Catalanes, que se otorgaba ese año por primera vez y le tocó a Capmany, Jordá hizo un montaje rápido -y loco, según La Parra- de la entrevista -que no ocultaba su mismo proceso de elaboración- con unas escenas sueltas en color de una estancia en Formentera. Según nos comentó Jordá, lo hizo para provocar a los reunidos para la entrega del premio, y ciertamente “importunó lo necesario”.
Pero vayamos a la película en sí. Confieso que el discurso de la Capmany, explicando su novela, aunque tenga momentos ciertamente interesantes, me resultó excesivamente prolijo, pero lo que en cambio me maravilló ayer, acercándome al para mí mejor, más libre e interesante Jordá, es el dispositivo montado por éste.
Los mínimos títulos de crédito contados a micrófono, al puro estilo godardiano, por el propio Jordá, nos lo muestran en la terraza del ático de la escritora en la calle Balmes. Una panorámica nos enseña a su colaborador -Joan Enric Lahosa-, mientras menciona también al cámara -Manel Esteban- i técnico de sonido -Ribas-, anunciando que también intervendrá Jaume Vidal Alcover.
Pero lo que me ha emocionado, por cómo te acerca a la época del rodaje, es que la cámara, antes de hacer un complejo movimiento para dejarnos ver a María Aurelia Capmany en su mesa de trabajo del interior y pasarle la palabra, hace todo un recorrido panorámico previo por el interior del patio de manzana. Destaca la joroba que rápidamente identificas como el trascenio del Teatro Coliseum, a cuya cúpula hace mención Jordá recordando la Adrià Gual, pero lo mejor es ver la existencia del techo de una fábrica de la calle Diputación, la enorme y feísima medianera a su lado y, sobre todo, la gran cantidad de patios elevados que hacían de aparcamiento de coches. Con lo de los parques del interior de manzana, desde luego, la ciudad ha mejorado un montón.
La verdad es que no me parecen las imágenes de Formentera (o del camino a Formentera) que se insertan en la película mediante raccords con lo que se dice, producto, como señalaba Jordá, del LSD. Resultan planos extraños, pero bastante anodinos. Sí lo es, quizás, otro plano insertado, pero en esta ocasión no es en color, sino en blanco y negro, y aparece un personaje que me ha recordado mucho al Jacinto Esteva de la época.
Las interrupciones de M. A. Capmany para ir y contestar el teléfono, integradas en el conjunto como si tal cosa, de la misma forma que, por ejemplo, la llegada de Carlos Durán, le dan un toque especial a la cosa, y seguramente fue lo que hizo decir a Joan Fuster -quien no mostró el enfado de los demás espectadores el día de la entrega del premio- que, como quizás estuvieron ante el cine del futuro, convenía guardarse mucho de criticarlo.




 

Epstein en Cine y Geografía


Ara que no veig clar que pugui seguir endevant -al menys com l’haviem conceptuat al seu inici- la sessiò anual de “Cinema i Geografia” a la Filmoteca, pot estar bé assistir a la tercera, aquest dijous 4 de desembre, a les 20h.
I dic que pot estar bé perquè, com indiquem en el programa que penjo, está dedicada al cinema bretó del gran Jean Epstein:




 

lunes, 1 de diciembre de 2025

Le point du jour


Cambio de mes y Arte TV deja desde ayer ver una obra de un cineasta de difícil visión por aquí, como es Louis Daquin, y nada menos que uno de sus iniciales films, que ha sido restaurado este mismo año, “Le point du jour” (1949), uno de los que respondían directamente a sus ideas comunistas y sindicalistas, pero mostrando una postura y planteamiento muy abierto, no maniqueo, con claroscuros en los pertenecientes a las dos clases sociales representadas.
Dicho así, perfecto. Pero la dicha no es completa, porque los únicos subtítulos que ofrecen para su visión son los alemanes, y a fe que, a palo seco en el francés que emplean, la comprensión de muchos diálogos se hace realmente difícil.
Como un documental suyo anterior, la película muestra el mundo de las minas del norte de Francia, rodando casi todo en escenarios naturales, comprendidas las viviendas, instalaciones (accesos, vestuarios, sala de tría del mineral, escaleras y montacargas de un pozo minero) y las mismas galerías donde se extraía y por donde se conducía el carbón obtenido.
Arte TV no la ha presentado por haber llegado a una decisión de cambio radical de su línea de programación, sino porque va ha hacer un ciclo dedicado a Michael Piccoli, y en “Le point du jour” fue, precisamente, su debut de actor. Hace en la película de uno de los mineros, que batalla con la idea de su novia de seguir trabajando tras casarse. Otros personajes son otros mineros de diferentes sexos, ideas y edades, sus parejas y familias, así como dos ingenieros, uno nuevo en el lugar y de pensamiento social más abierto, al que acompañamos en su primera visita de reconocimiento viendo lo duro del trabajo, acompañado por un ingeniero veterano que marca siempre una distancia infranqueable con los mineros.
No pudo Daquin seguir, después de esta película, rodando otras de este estilo, debiendo pasar obligadamente a un cine de un tipo bien diferente. En el libro de la correspondencia entre Truffaut y otros directores aparece una carta de Daquin a Truffaut, pidiéndole que produjera un film que quiso hacer ya en los años 70, por el que había recibido un avance importante para su realización. La respuesta de Truffaut escabulléndose deja con bastante mal sabor de boca. Daquin ya no realizó ni esa ni ninguna otra película.







José Luis Guerin saliendo del trabajo. 🙂





 

Aussi long que mon infance


Tenía algo olvidada la plataforma de la Cinemathèque, Henri, y ha sido entrar en ella y volver a ver que es la que más sorpresas -agradables- me puede ofrecer.
He acudido a ella al ver que anunciaba “Aussi long que mon infance” (Marilú Parolini, 1969), un desconocido cortometraje que explica mejor que mucho cine la insatisfacción de aquella gente joven “comprometida”en el inmediato post-68.
En la ficha de Henri, Philippe Azoury, un periodista que ha escrito bastante sobre Eustache y Garrel, sitúa a Marilú Parolini (italiana que fue sin papeles a París y acabó trabajando como secretaria de Cahiers du Cinema, habiendo aparecido en “Chonique d’un été” -Morin y Rouch, 1961- y luego fue la mujer de Jacques Rivette, con quien escribió no pocos de los guiones de sus películas, además de hacer lo mismo con “La estrategia de la araña” de Bertolucci) y dice cosas sustanciosas, usando su poético lenguaje, sobre la película.
Vemos a Bulle Ogier, que hace de universitaria en momento total de dudas sobre su vida amorosa, política y de todo tipo, yendo a buscar a su chico -la cámara la sigue pegada a un metro de su cogote treinta años antes que los Dardenne nos descubrieran ese plano con su “Rosetta” (1999)- y partiendo con él y otra pareja hacia Roma, conduciendo toda la noche, para asistir a la mañana siguiente a una manifestación contra Nixon, que ha anunciado su visita a la ciudad. En el coche, para no dormirse, ella se pone a cantar “Le déserteur” (“Monsieur President…”), pero como los italianos no se la saben, cambian a una anarquista italiana.
El montaje del corto lo hizo Jaén Eustache, y Azoury especula con el rumor de que también colaborara más activamente en su gestación, lo que explicaría un larguísimo monólogo interior casi final del personaje de Bulle Ogier que prefigura el también larguísimo y de igual impacto de la Veronika de”La maman et la putain”.