El dron sobrevolando el Hospital Esquirol. Luego el que ha hecho la filmación va preguntando a los internos si detectan dónde se encuentran dentro del conjunto.
Aquí uno de los internos intentando averiguar si localiza la zona del hospital donde se encuentra.
En el Festival L’Alternativa del año pasado, en una entrevista y sesión en la Filmoteca, presentando su “Sur l’Adamant” (2023), Nicolas Philibert prestó mucho cuidado en dejar claro que esa película, dedicada a un centro de día muy especial, era sólo una de las tres piezas que iba a dedicar a los cuidados a enfermos mentales.
Este año, gracias también a L’Alternativa, se pueden ver las otras dos. Ayer vimos “Averroes & Rosa Park” (2024), dedicada a un hospital psiquiátrico de
París y el miércoles 20 procuraré no perderme la tercera, “La machine à écrire et autres sources de tracas” (2024), en la que parece se sigue a cuidadores que se desplazan a las casas de los pacientes. Siempre, en las tres, el punto focal está en el enfermo mental, intentando comprenderlo.
“Sur l’Adamant” me gustó, pero confesaré que me pareció -por vez primera en Philibert- un poco tramposa, en el sentido de que no me llegué a creer que en ese hospital de día/barcaza amarrada a un muelle del Sena en París, a lo largo del tiempo de estancia del equipo que recogía la película, todo discurriera con esa tranquilidad y felicidad, y solo se descubriera un mínimo episodio de tensión por el final. Me pareció, vaya, que se había ofrecido un panorama de la enfermedad mental excesivamente amable.
Al empezar “Averroes & Rosa Park” vemos el hospital Esquirol, situado junto al Bois de Vincennes, captado desde un dron en movimiento. Es enorme. Sólo al final nos enteraremos que las del título son dos unidades psiquiátricas específicas de ese hospital.
Lo que sigue al título del film podría ser un film de Frederic Wiseman sobre la institución… si no fuera que las visiones de situación, sobre el entorno, son mínimas, apareciendo entre una y otra de las entrevistas del personal médico con los pacientes, que son absolutamente los protagonistas, el grueso, lo que da humanidad y profundidad -y de qué manera…- al film. Sólo colateralmente vemos a los especialistas que hacen las preguntas a los pacientes y sus reacciones, una forma de hacernos meter como espectadores más en situación, como si fuéramos nosotros los que estamos delante de los enfermos y debiéramos actuar para conocer todo sobre su situación, con tal de ayudarlos.
Esas largas conversaciones, a veces con escasas y lentas respuestas, te permiten poco a poco averiguar la personalidad de cada uno de los enfermos mentales que, como aparecen en varias ocasiones, acabas conociendo, haciéndote cargo de sus obsesiones, sus miedos, etc.
En general se expresan todos -aunque sea haciendo evidente su “locura”- muy bien, llegando al asombroso caso de un paciente superdotado, que sabe veinte idiomas, que hace con sus documentadas y razonadas frases abrir como platos los ojos de sus cuidadoras, especialmente cuando evidencia que nunca podrá sanar del todo en el desquiciado mundo que le ha tocado vivir.
En un enfermo mental te das cuenta de los trastornos que pueden llegar a ocasionar situaciones como la guerra de Ucrania, aunque discurra a bastantes kilómetros de distancia.
Aparecen, sin ocultarse, entrevistas a todas luces fracasadas, como con esa señora muerta de miedo, que denuncia persecuciones y robos, y acaba parando los pies al médico, llamándolo imbécil.
También, en entrevistas más plácidas, puedes detectar realidades como la falta de personal necesario para unos terapias satisfactorias. Y en algún momento hasta se perciben gritos desgarradores de fondo.
Vamos, que no he visto en esta ocasión ni el más mínimo atisbo de trampa en esta hermosa, emotiva y necesaria película.
Ese mismo paciente con la médica de guardia del hospital.
Y el que da la impresión de ser el jefe de departamento ante una enferma, que dice le roban y le pierden cosas, soliviantándose contra él.
Consejo de médicos con un interno -que creo recordar salía también en “Sur l’Adamant”-, quien dice ver por el hospital a sus padres y abuelos muertos, encarnados en otros pacientes o cuidadores.