miércoles, 28 de agosto de 2024

Volveréis




Se estrena el viernes, pero ayer hubo una sesión de “Volveréis” (Jonás Trueba, 2024) en el Verdi, con presencia de su director y coguionistas/actores.
Vaya por delante que pronostico a la película un enorme éxito aquí y en Francia (donde se derretirán con la escena dedicada a Truffaut), y que lo consideraré un éxito absolutamente merecido.
En “Tenéis que venir a verla”, su anterior película, Jonás abría, con su último plano, todo lo anteriormente visto, de un aparente realismo absoluto, a eso que se ha venido en llamar el metacine. Un plano general, más abierto, permitía reconsiderar por completo, con la presencia en cuadro de una cámara, la película. Ahora, “Volveréis” es un paso más en esa dirección. Los protagonistas, que deciden separarse celebrándolo con una fiesta, se encuentran rodando una película… que contiene las mismas escenas que acabamos de ver con ellos.
En el coloquio final de la sesión de ayer, Trueba, siempre modesto, le agradecía su intervención a un señor que le alababa sus encuadres en las escenas iniciales, pero le respondía que no eran encuadres tan trabajados ni significativos como él decía.
Esta bien que diga eso, pero no hay que creerlo en absoluto: La pareja protagonista se encuentra en un proceso de separación, y todas sus posiciones relativas, todos sus movimientos en ese piso (que también señaló Trueba que fue el que forzó la localización de la acción, porque vio que su interior le ofrecía muchas posibilidades de mostrar cosas), así como esos obstáculos que aparecen en la imagen entre ellos, están puestos ahí para ayudar a trasmitir esa sensación. Si estará así planificado que hasta en un par de momentos la pantalla se divide en dos, con dos proyecciones separadas, Vito Sanz moviéndose en una e Itsaso Arana en la otra…
El éxito enorme de la película se dará, entre otras cosas, porque se trata de una película muy divertida, que además insufla optimismo a sus espectadores. Y todo eso sin dejar de hablar de temas serios, como la caducidad del amor en las relaciones o, incluso, los argumentos a favor y en contra de películas del pasado que mostraban un machismo evidente.
Otro aspecto por el que puede alabarse la película (de hecho ésta y todas las anteriores que ha rodado en Madrid) es qué bien trasmite los espacios de la ciudad. Aquí se trata de la zona de Las Vistillas, Lavapiés, Fuente del Berro y la zona del pirulí de RTVE, sobre el que tubo Jonás una frase feliz anoche, rememorando cómo se le fue imponiendo a medida que lo iba viendo más y más: indicó que eso es algo clave para poder vivir en Madrid, esto es, pensar que es bonito algo que es feo.
Una cosa de la que se podría acusar a la película sería su carácter repetitivo, pero tienen la habilidad de acentuar ese eventual inconveniente, incluso denunciarlo explícitamente en los diálogos, además de añadir esa discusión y posterior gag sobre películas circulos o líneas, convirtiéndolo así en otro elemento favorable.
Película de homenajes. Ya he señalado el emotivo homenaje a Truffaut, pero otro que marca la película es a Fernando Trueba, en cierto modo desencadenante argumental de la película y objeto de una sucesión encadenada de primeros planos que no pueden estar ahí más que para rendir ese homenaje que señalo. Pero la cosa no acaba ahí, pues he pescado al menos otro nada menos que a Faemino y Cansado, y vete a saber si esos abruptos ruidos de cañerías que surgen por el final no están ahí para completar los homenajeados con Lubitsch.
Hay un momento en el que la película deja de tener esa estructura de gag reiterativo, pero entonces es para alcanzar una forma totalmente libre, puntazo final para que salgas del cine si no con ese escalón más que dijo Jonás Trueba ayer que le hacen subir -en conocimiento, en saber estar en el mundo- las películas que hace, sí al menos con un poco de optimismo para afrontar lo que se nos echa encima.



 

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