sábado, 17 de agosto de 2024

Crimen perfecto


Ella y su vestido rojo, disputados elegantemente entre marido y amante.

Una proposición entre antuguos alumnos de Cambridge.

Una de las cosas en las que me he ido fijando en el actual ciclo estival de la Filmoteca sobre el Hitchcock sonoro es lo presente que el director tenía su Gran Bretaña natal.
Con posterioridad a su marcha a Estados Unidos contratado por David O. Selznick para rodar “Rebeca”, llegó a hacer varias películas de pabellón británico, pero es que muchas más se ambientaban, con transparencias y demás, allí. Nada más empezar la de ayer, “Crimen perfecto” (“Dial M for murder”, 1954) aparece un bobby patrullando por un barrio distinguido de Londres…
En un apartamento bajo de una casa de ese barrio, una pareja (interpretada por Grace Kelly y Ray Milland) está desayunando, ella leyendo el periódico. Viniendo de ver “La ventana indiscreta”, en la que Grace Kelly entraba en el apartamento de soltero de James Stewart, nos llevamos la impresión de asistir en esta ocasión a un entorno y ambiente imagen total de la estabilidad. Pero las apariencias engañan. Quizás, para indicar eso mismo, veremos muy pronto, proyectadas sobre la puerta de entrada, cómo dos siluetas se separan, cada una por su lado.
Como también pasaba en “Extraños en un tren” él había sido un famoso tenista… que se casa con una mujer adinerada. Está claro que ella es la que ha aportado a la pareja el apartamento. Aquí no se trata de buscar, como voy viendo pasa en tantas películas de Hitchcock, un elemento de conflicto, por diferente clase social, entre la pareja, que va arañando y marcando inconscientemente en la conciencia de los espectadores la duda sobre los motivos reales de su unión: directamente oímos decir directamente al marido que su boda fue por dinero.
Es esa una conversación que hace que los espectadores no tardemos lo más mínimo en entrar en harina. Él explica de pe a pa el camino que planea seguir para cometer ese “crimen perfecto” que señala el título español.
Comenta Hitchcock que la película está basada en una comedia de éxito de Broadway. De hecho, todo sucede en un único decorado, el apartamento señalado, salvo alguna imagen exterior que figura estar captada desde la ventana del mismo y un par de transparencias y un dibujo de transatlántico -el Queen Mary- marca de la casa, quizás para hacernos ver también desde el principio que nos encontramos ante un genuino Hitchcock.
Cabe, entonces, la posibilidad de que un espectador poco observador diga que es, más que cine, teatro. Viéndola, me daba la impresión de que el mismo Hitchcock quería acentuar esa impresión, rodando, por ejemplo, dos secuencias mediante unos planos cenitales muy acusados, como dejando ver desde arriba el decorado teatral en la que tiene lugar la trama, y no dos momentos cualesquiera, sino un encuentro crucial de los dos en el piso y, más tarde, las diferentes evoluciones de los policías por las habitaciones. Incluso luego, leyendo en casa el libro Truffaut/Hitch, éste confiesa haber colocado adicionalmente unos pocos trucos teatrales, como el dar a oír los pasos que anuncian una llegada y cosas así.
Base teatral, pues, no sólo admitida sino magnificada, pero qué poco tienen de teatrales y cuanto de cinematográficos esos primeros planos reveladores de rostros, esa cámara que va dirigiendo la atención de los espectadores a un aspecto u otro, un ritmo que no es sólo el marcado por el diálogo…
Por el libro me entero también que la película se rodó para ser proyectada como “cine en relieve”, facilitando a los espectadores unas gafas. En la Filmoteca, pues, si bien respetaron su soporte original, proyectando una copia de 35mm de Classic Films (que, debido a su deterioro, además de algún salto entre bobinas, cambiaba radicalmente el color de alguna de ellas), no lo hicieron del todo, pues faltaba ese detalle de las gafas. Bueno, el caso es que saber todo eso, por lo menos, me aparta de la cabeza seguir intentando averiguar las razones de que colocase en una mesa un jarrón amarillo que destacaba solemnemente: estaba ahí simplemente para lograr un efecto vistoso, remarcado por el relieve.
Y también me quedé a medio camino en la interpretación de otra cosa: a ver quien no se fija al ver la película en el espectacular vestido rojo que luce Grace Kelly. Pero Hitchcock aclara que tuvo la idea de ir oscureciendo la ropa que vestía a medida que la mala fortuna se va cebando con ella.
Dos cositas más, bastante anecdóticas, pero que me hacen gracia. La primera es, ya que con la lectura del libro de entrevistas voy asociando a Truffaut con Hitchcock, decir que me ha gustado ver un plano muy concreto de la película que me ha sonado muy truffautiano. Dicho de otra manera: ahora veo la raíz hitchcockiana de ciertas cosas de Truffaut. Vamos, que ese detalle de las tripas del sistema telefónico para dejarnos ver el efecto del marcaje del dial en una llamada telefónica fundamental de la película, lo veo reproducido muy similarmente, por ejemplo, en ese detalle subterráneo del funcionamiento de las tripas del sistema de correos pneumático de París cuándo Antoine Doinel envía su mensaje a Madame Tabard en “Baisers volés”.
La otra es ese acierto que constituye el comisario de policía (John Williams), todo un gentelman, y lo bueno y divertido que sabe ser Hitchcock, acabando la película nada menos que con el plano del comisario peinándose su poblado bigote.
Alguna de las sesiones se han programado en la sala pequeña y ayer ya pasó: dado el incremento paulatino de público a las sesiones del ciclo, ayer mucha gente tuvo que quedarse fuera de la sala…


Ella, ya con el vestido más oscurecido.
 

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